domingo, noviembre 17, 2024
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Por P. Rodolfo Orosco Gil

Roma, Italia.

El evangelio de este domingo comienza situándonos en la primera pascua que le toca celebrar a Jesús después de haber comenzado su misión evangelizadora. Al respecto se decía que cada israelita desde los 12 años estaba obligado a subir a la ciudad santa para ofrecer un sacrificio en el Templo. También es necesario decir que este lugar sagrado era el orgullo del pueblo elegido. Edificado imponentemente en un perímetro de 1.500 metros, había sido reconstruido bajo Herodes el Grande, y que será destruido más adelante en el año 70 por Tito. Tenía dos partes: un recinto que se identificaba de ordinario con el mismo templo, y el santuario propiamente dicho. Lugar de oración, de sacrificios diarios y de celebración de las fiestas litúrgicas. El templo era el corazón de la vida del pueblo; todos los años, los judíos fieles a la Ley acudían en peregrinación.

El evangelista Juan señala además que cuando se acercaba la Pascua de los judíos… esta particularidad es lo primero que llama la atención, ¿por qué razón? Porque se enfatiza diciendo Pascua de los judíos y no Pascua del Señor como debería de ser llamada. En los evangelios nada está escrito por casualidad porque lo que en ellos se relata siempre tiene un especial significado. Comencemos por distinguir las diferencias entre las palabras judío y pueblo. Lo primero hace referencia a las autoridades religiosas de su tiempo que se habían declarado enemigas de Jesús, y lo segundo alude a la población que escuchaba la predicación del Señor. Orígenes decía: “Al examinar la precisión de Juan he buscado qué valor tiene decir “de los judíos” ciertamente la pascua no se celebra en ningún otro pueblo, por ello hubiera bastado decir: “está próxima la pascua” quizás se trata de una pascua humana, propia de los que no la celebran conforme a la intención de la Escritura, el evangelista ha contrapuesto la pascua divina, la verdadera, la celebrada en espíritu y verdad a la pascua de los judíos”. (Cf. Orígenes, Comentarios al evangelio de Juan, 10, 67-68). El énfasis por parte de Juan al decir Pascua de los judíos se podría entender que es expresado intencionalmente. Recordando lo que nos dice el Antiguo Testamento, en él se nos hablaba de la Pascua como fiesta del Señor (Cf Lv 25, 5; Nm 9, 10.14; Dt 16, 1) o usa simplemente el termino Pascua pero no la denomina de los judíos. En este caso se podría decir que adquiere un acento polémico y un tanto negativo, porque se está denunciando que la celebración estaba siendo transformada en una fiesta de mercado, anulando en gran parte su carácter sagrado.

Cuando llega Jesús al Templo se da cuenta que ha sido profanado, provocando que inmediatamente tome cartas en el asunto. Hace un látigo de cordeles y con él comienza a expulsar a quienes estaban vendiendo dentro él. Al respecto san Juan Crisóstomo comenta: “¿Qué movió a Cristo a obrar así? No se limitó a echarlos, sino que volcó sus mesas y derramó por tierra el dinero para convencerles de que quién corría tales riesgos por defender el honor de aquella casa, no podía ser que despreciara a su dueño. Si al obrar así estuviera fingiendo, se habría contentando con amonestarlos, pero exponerse a tanto peligro es una gran muestra de valor… es el comportamiento de quién está dispuesto a padecer y correr peligros por defender el honor del templo. De ese modo demuestra el salvador que está completamente de acuerdo con el Padre tanto con las palabras como con las obras. No llamó al templo casa santa, sino casa de mi Padre”. (Cf, Juan Crisóstomo, homilías sobre el Ev. De Juan, 23,2). Jesús no sólo pone orden en el templo, sino que además manifiesta que por el hecho mismo de su presencia, quedan suprimidos los ritos sacrificiales.  ¿Jesús está contra el comercio? Evidentemente que no, pero en el templo más que una actividad comercial lo que allí se realizaban eran actos de corrupción, propiciados por los comerciantes y consentidos por las autoridades del templo, haciendo a un lado el carácter sagrado y festivo de la celebración. Dicen los exegetas que está actitud de Cristo se comprende en el ámbito histórico-cultural de su tiempo, que colocaba ahora el nuevo Templo y la acción purificadora del Mesías. San Agustín meditando este pasaje y pensando el cristianismo de su tiempo decía: “¿Quiénes son los que venden? Son los mismos que buscan en la Iglesia sus propios intereses, no los intereses de Jesucristo. Todo lo venden quienes no quieren ser rescatados. Y ¡ay de aquellos que se adhieren a lo que así pasa, porque pasan junto con ello!… quienes procuran cosas tales, hermanos míos, venden. Y por eso aquel Simón quería comprar el Espíritu Santo para después venderlo, creía que los apóstoles eran como los mercaderes…” (Cf. Agustín, Tratados sobre el evangelio de Juan, 10, 6). Jesús con sus acciones y palabras denuncia que han hecho de la casa de su padre un mercado o lugar de tráfico, en griego el evangelio utiliza la palabra Εμπόριον. Al final haré un breve comentario sobre esta palabra como ejercicio de cultural general.

Algo importante que debe ser señalado es el hecho de que Jesús llame por primera vez Padre a Dios; proclamándose así como el Hijo de Dios. El domingo pasado en la montaña obra de Dios, el Padre se complacía en su Hijo y hoy en el templo obra de los hombres Jesús se declara abiertamente Hijo del Altísimo. Esta expresión resultó ser muy escandalosa a los oídos de sus espectadores; hay que recordar que en el Antiguo Testamento ningún israelita se atrevía a llamar Padre a Dios en un sentido personal. Dios era considerado el Padre del pueblo por las grandes obras que había hecho en favor de ellos. Sólo Jesús es el que habla de Dios de modo único y nuevo al referirse a él como Padre mío. Los discípulos y con ellos toda la iglesia lo podrán decir abiertamente después de la resurrección, cuando Jesús se le presentara a María Magdalena y le dirá que su Padre se ha convertido en verdad en el Padre de todos por la gracia.

En el evangelio de Juan se resalta esta particularidad sobre el templo, pues mientras que a aquí Jesús lo llama casa de su Padre, en cambio para los sinópticos será la casa de oración. Este matiz nos ayuda a comprender la actitud de Jesús cuando entra en él, pues al ser un lugar tan sagrado, no se podían tolerar esas acciones y sería necesario purificarlo. Ante tal reacción los judíos cuestionan a Jesús y le exigen manifestar un signo que defienda la autoridad que dice tener, Jesús les responde con el signo más grande, el de la Resurrección. No obstante para ellos esto resulta irrelevante y fuera de sus pretensiones, porque lo que querían era algo que les demostrara que Jesús tenia poder terrenal, algo así como al estilo del gran conquistador Alejandro Magno o de cualquier otro personaje antiguo que fuera símbolo de poder y dominio. Es fácil deducir lo decepcionante que fue tal respuesta porque no les interesaba el anuncio mesiánico de Jesús.

Esta purificación se convierte en un preámbulo de la muerte de Cristo cuando les dice que destruyan este templo y él lo reconstruirá en tres días. Con este signo está revelando su condición divina, porque se refiere a un Templo que se identifica con su muerte y resurrección. San Hilario de Poitiers decía: “Jesús enseña que es Él mismo el Dios que obra su resurrección” (Cf. Hilario de Poitiers, Sobre la Trinidad, 9, 12). Sin embargo los interlocutores no comprenden el sentido profético con el que está hablando Jesús y ellos siguen pensando en el Templo de piedra, al que resaltan que se necesitaron 46 años para ser construido. En la actualidad sólo nos queda como testigo de esa grandeza el famoso muro de los lamentos al que muchos judíos peregrinan y que resulta ser una visita obligada al conocer tierra santa.

Hasta este punto incluso para los apóstoles no parece claro el proceder de Jesús, por eso el evangelista añade que todo se comprenderá mejor a la luz de la resurrección, donde se les abrirá el entendimiento y sabrán perfectamente porque Cristo nos ha hecho templos de Dios. Por eso san Juan insiste en que el nuevo Templo, siempre actual y duradero será el cuerpo de Cristo resucitado de entre los muertos. San Ambrosio  decía: “El Hijo al ser Dios, resucitó su propio cuerpo. El Padre no se despojó de la carne… veis por lo tanto como los arrianos, al separar al Hijo del Padre, corren el riesgo al afirmar que el Padre ha soportado la pasión. Para nosotros es muy fácil afirmar que es obra del Hijo, pues Él mismo resucitó su cuerpo. Por tanto él mismo indica que es Dios.” (Cf. Ambrosio, Sobre la fe, 3,2, 13-14).

Como dato curioso cabe señalar que entre el evangelio de Lucas y de Juan se puede calcular la edad de Jesús en el momento de su pasión, pues mientras uno nos dice que comenzó su vida pública a los 30 años, (Cf. Lc 3, 23), el otro nos menciona las tres pascuas que le tocó celebrar a partir de ese momento; de allí se dedujo que murió a los 33 años.

Cuando hice alusión a la palabra empórion de donde viene emporio con la que se designa en griego a los comerciantes, simplemente he querido destacar la importancia que tienen las etimologías greco-latinas y lamentablemente lo carente que estamos de ellas en la formación intelectual de nuestro México. Porque tanto el griego como el latín nos ofrecen los términos en los que se puede describir o definir con mayor precisión las ideas que se necesitan comunicar en cualquier idioma. De tal forma que para términos científicos, médicos, históricos, de la literatura, las matemáticas, la bilogía o las artes entre otras cosas, se suele recurrir a estas lenguas que definen muy bien los contenidos de una palabra. Seguramente más de una vez hemos escuchado la palabra emporio en alguna marca famosa, centro comercial o simplemente para referirnos a la riqueza de alguien, e inmediatamente pensamos que es un vocablo inglés, tal y como sucede con los términos gigas o megas tan usados hoy en día. Lo que confirma la importancia que tienen tanto el griego como el latín en el español. Podríamos decir que si en nuestro país estas lenguas se enseñaran desde los niveles básicos como sucede en otros países, se asentarían sólidas bases para el propio idioma y se abriría la puerta para aprender con facilidad cualquier otra lengua. El precio de no enseñar y darle importancia a esto nos ha salido caro, porque ha empobrecido la forma correcta de comunicarnos, tanto al hablar como al escribir. En cambio sí se enseñaran estas lenguas clásicas, desde hace tiempo abundarían los poetas, novelistas, cronistas, literatos e historiadores, y la juventud en particular estaría más interesada en hacer importantes aportes a la cultura general en lugar de buscar la fama en las redes sociales por hacer cosas irrelevantes.

Es así como en este domingo la iglesia nos invita a reflexionar sobre la importancia que tenemos al ser el nuevo templo de Dios. Por eso la iglesia enseñara a cuidar y respetar a cada cristiano. Ninguno de nosotros tiene el derecho de destruir a su prójimo. La violencia, la persecución, las difamaciones, calumnias resultan ser pecados graves que ofenden al Señor, porque cada vez que cometemos estos males en perjuicio de nuestros semejantes, estamos atentando contra el mismo cuerpo de Cristo. Si somos conscientes de esta verdad, nos daremos cuenta de lo grave que resulta ser cuando en la familia se ejerce la violencia, cuando los padres maltratan a los hijos, los golpean, los tratan como objetos, los explotan. A menudo tristemente esta realidad se hace presente cuando personas despiadadas se graban para evidenciar la violencia que ejercen contra los más débiles. Lo mismo sucede cuando los hijos actúan de esa manera con sus padres, hace unos días circulaba un video donde un hijo que ya se veía mayor, trataba salvajemente a su madre generando todo tipo de reacción de repudio por un comportamiento tan inhumano.

La palabra de Dios nos sitúa siempre en la realidad que estamos viviendo, nos cuestiona cuando algo estamos haciendo mal y nos estimula a no abandonar el camino de la práctica evangélica. El Bautismo y la confirmación nos han hecho templos de Dios. Por ese motivo se vuelve imperante ese deber de defender el templo que se nos ha confiado.

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