jueves, julio 25, 2024
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¡LES ANUNCIO UNA GRAN ALEGRÍA!

Por: Padre Cristopher Cortés Pliego

            Por la tarde o la noche, mientras escuchemos el Santo Evangelio de la Misa de Medianoche – participando presencialmente o a través de la redes sociales, estas palabras rasgarán con fuerza divina la pesada circunstancia que todos estamos viviendo, pues en medio de un mundo afectado por la enfermedad provocada por esta pandemia, la Buena Noticia se hará presente para todos y cada uno de nosotros ¡PORQUE UN NIÑO NOS HA NACIDO! ¡UN HIJO SE NOS HA DADO!… ¡NOS HA NACIDO JESÚS!

Esta es la alegría que hace que hoy también, los pueblos que caminábamos en tiniebla veamos una gran Luz, pero ya no la luz pasajera del sol que dura unas cuantas horas, o la luz de una vela que puede subsistir hasta que la cera se consuma, o la luz de una lámpara LED, sino la auténtica Luz que ni siquiera la muerte puede extinguir y que en medio de la obscuridad que hoy pudiera envolvernos, surge ante nosotros en aquel Niño envuelto en pañales y recostado en un pesebre.

Y, tal vez, hermanos, ése ha sido el problema de nosotros y de toda la humanidad: que hemos querido buscar y encontrar a Dios en todos los lugares, menos en donde Él  mismo nos dijo que iba a estar. Ciertamente, que un Niño recién nacido estuviera envuelto en pañales no era nada extraordinario, PERO SÍ LO ERA EL QUE ESTUVIERA RECOSTADO EN UN PESEBRE, un sitio donde nadie se imaginaría encontrar al Mesías, al Cristo, al Señor.

Por eso, esta Nochebuena, esta Navidad, estamos llamados a encontrar al Señor, buscándolo allí donde nos ha dicho que Él está: Reuniéndonos esta Noche en su Nombre (“Donde dos o tres se reúnan en mi Nombre, ahí estoy Yo en medio de ustedes”, Mt 18, 20) sea en la Iglesia  o en Casa, participando en la transmisión de la Santa Misa. Descubriéndolo en el Necesitado que requiere de nuestra ayuda (“Les aseguro que cuando lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, Conmigo lo hicieron”, Mt 25, 40) que pueden ser los pobres cercanos a nuestra casa o que toquen a nuestra puerta, en aquel que vende gritando por nuestras calles, en el párroco o las religiosas que sostienen  obras de caridad) y ¿Por qué no? Volviéndolo a encontrar en aquella persona a la que hemos dejado de amar y que incluso puede ser nuestra esposa, esposo, hijos, padres o hermanos.

Esta noche, Dios no nos trae una alegría cualquiera:

DIOS MISMO SE NOS REGALA COMO ALEGRÍA.

¡No nos quedemos sin abrir nuestro regalo!

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