viernes, julio 26, 2024
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Por P. Rodolfo Orosco Gil

Barcelona, España.

Una de las metas que el hombre de todos los tiempos en todas las religiones ha querido alcanzar, es la inmortalidad, entre los babilonios, encontramos en el poema del Gilgamesh un ejemplo de ello, entre los aztecas, el paso por los 13 cielos tenía el mismo objetivo, entre los egipcios, las ofrendas que tenían que portar al morir, era la garantía de que podían vivir eternamente, y por su parte en el mundo cristianismo en esto consistirá el anuncio del reino, en saber que hay una vida que sobre pasa la muerte, la casa del Padre donde hay muchas habitaciones como lo dirá Jesús más adelante en el evangelio. Por eso el día hoy, Jesús explica y dice el modo en cómo se debe conseguir esta plenitud.

Cuando la gente vio que ni Jesús ni sus discípulos estaban allí, se embarcaron y fueron a Cafarnaúm en busca de Jesús.

Este pasaje, ofrece en cuanto al mensaje que está a punto de dar Jesús, una continuidad con aquello que la gente ha podido constatar en la multiplicación de los panes. Como Jesús se alejó de ellos por la intención que tenían de hacerlo rey, no saben exactamente donde se encuentra, por eso ahora lo andan buscando.

Al encontrarlo en la otra orilla del lago, le preguntaron: «Maestro, ¿Cuándo has venido aquí?».

Evidentemente después del milagro de la multiplicación de los panes, cambia la perspectiva que la gente tiene de Jesús, ahora se dirigen a él con respeto, bajo el título de Maestro, y les desconcierta el no poder entender cómo es que Jesús se encuentra en ese lugar. Este pasaje nos recuerda también el ejemplo de Nicodemo, quien no escondía la curiosidad que tenía por conocer más y mejor a Jesús. Incluso es capaz de reconocer que ha venido de lo alto.

Jesús contestó: «En verdad, en verdad les digo; me buscan no porque han visto los signos, sino porque comieron pan hasta saciarse. Trabajen no por el alimento que perece, sino por el alimento que perdura para la vida eterna, el que les dará el Hijo del hombre; pues a este lo ha sellado el Padre, Dios».

Jesús prácticamente no responde a la pregunta que le hacen, sino que va al fondo de ella, porque entiende que la necesidad de ver, o estar con él tiene una razón más fuerte, quizás ahora han puesto la esperanza en que este profeta les podrá dar de comer en abundancia sin necesidad de trabajar. De cierta manera logramos descubrir que estas personas han interpretado en estos términos el milagro de Jesús. Al parecer no han llegado a lo más profundo de la vida, a la razón del acontecimiento, no se han encontrado con el amor de Dios que se les ha manifestado en la multiplicación.

En ese momento Jesús les hace ver lo más esencial de la vida espiritual, el trabajar para ganarse el alimento que no perece. Es decir, el pan con el que pueden ser alimentados, que está lleno del amor de un Dios que ve con bondad a su pueblo. Por eso, es necesario que las personas sepan mirar más allá de lo que se puede alcanzar en esta vida, y para ello es necesario que su mentalidad trascienda, de otra manera aunque tengan alimento suficiente para este mundo, sino se nutren del verdadero pan, estarán destinados a morir; pero aquel al que le falta el pan material, pero se nutre con el pan del cielo, ese es el que encuentra la fuerza y los motivos para trabajar y ganarse la vida, de tal forma que consigue no sólo el pan material, sino todo lo necesario para vivir en este mundo.

Esta revelación de Jesús, es una manifestación muy elocuente que desenmascara las intenciones e intereses que pueden albergar el corazón del hombre, al Maestro no le parece bien que el pueblo no salga de ese esquema egoísta, donde sólo quiere que le den de comer, pero no se esfuerza por conseguir el alimento. Jesús quiere que el materialismo no esté por encima de los bienes verdaderos

Ellos le preguntaron: «Y, ¿qué tenemos que hacer para realizar las obras de Dios?».

La pregunta que le hacen es muy acertada, porque da la impresión que quieren despertar de su letargo, porque se han sentido intrigados por lo que ha dicho Jesús. Sin embargo la misma pregunta podría estar de sobra, porque se supone que al ser conocedores de la Ley, conocen perfectamente lo que se debe de hacer para alcanzar la inmortalidad, pero quizás la falta de profundización en lo que han recibido desde niños, no ha permitido que ellos puedan interpretar lo esencial que tiene la ley para alcanzar una vida con Dios.

Respondió Jesús: «La obra de Dios es ésta: que crean en el que él ha enviado».

La respuesta de Jesús es muy clara, y explica, que hacer las obras de Dios, significa creer en su enviado, en aquel que les ha dado de comer, al que están escuchando y que es capaz de alimentarlos con su propia vida, porque él es Dios. Un profeta, claro está, no tenía esa capacidad, por eso si para ellos el reconocer como enviados de Dios a Moisés y los demás profetas es un motivo de orgullo y esperanza, escuchar al mismo Jesús debe de serlo con mayor razón.

Le contestaron: «Y ¿qué signo haces tú, para que veamos y creamos en ti? ¿Cuál es tu obra? Nuestros padres comieron el maná en el desierto, como está escrito: “Pan del cielo les dio a comer”»

Esta pregunta parece anular todo lo que ya había dicho y eso Jesús, además que resulta un tanto contradictoria para aquellos que creen tanto en Moisés, de quien no vieron en persona las obras que hizo, pero que han aceptado sin dudar como herencia fehaciente de sus padres. Presumen con orgullo que sus padres comieron pan del cielo, cuyo milagro dista considerablemente de lo que Jesús hizo con la multiplicación de los panes, pero que para ellos eso es algo digno de ser recordado como algo superior a las pretensiones de Jesús. Por eso el Señor los saca de su esquema, sin descalificar lo anterior, pero con la veracidad de que él les ofrece algo mejor, porque el milagro de Moisés, sólo sería la prefiguración de lo que haría el Hijo de Dios.

Jesús contestó: «En verdad, en verdad les digo: no fue Moisés quien les dio pan del cielo, sino que es mi Padre el que da el verdadero pan del cielo. Porque el pan de Dios es el que baja del cielo y da la vida al mundo».

Lo que  Jesús les responde es muy contundente, y les hace ver con claridad, que aquel suceso del pasado, es una muestra de lo mucho que puede hacer ahora el Señor por su pueblo, no en calidad de profeta, sino de Dios mismo que se manifiesta de manera extraordinaria. Moisés no tenía la capacidad ni la facultad de dar el verdadero pan, porque eso sólo podía ser ofrecido por Dios mismo, tal y como lo puede hacer Jesús. Lo cual revela irrefutablemente su divinidad. En la noche del cenáculo, Jesús instituirá el pan Eucarístico, que desde entonces hasta nuestros días es el pan del cielo que no tiene ningún punto de comparación.

Entonces le dijeron: «Señor, danos siempre de este pan».

Después de tal explicación, la comunidad reconoce a Jesús como Señor y le piden que les de ese alimento, ya no preguntan cómo conseguirlo, sólo lo quieren y ya.

Jesús les contestó: «Yo soy el pan de vida. El que viene a mí no tendrá hambre, y el que cree en mí no tendrá sed jamás».

Dentro de los llamados ‘Yo soy’ en el evangelio de san Juan, aquí encontramos uno de ellos, como revelación de la naturaleza divina que tiene Jesús, y que ellos no han podido ver. Más aún, la acción de dar el pan, es cambiada totalmente con las palabras de Jesús con las que se define como el mismo pan, es decir, no es un alimento que él debe conseguir, sino que es él mismo, el que se da como comida de vida inmortal. Y al igual que a la samaritana le había revelado la capacidad que tiene para saciar la sed, aquí Jesús lo vuelve a citar para que entiendan la totalidad de su poder.

Como pueblo de Dios que se congrega cada ocho días para celebrar la fracción del pan, somos afortunados al poder ser alimentados por el pan que ha dicho Jesús. Por tal razón si queremos vivir de verdad en este mundo y en el otro, debemos de acercarnos con fe a recibir el cuerpo del Señor, sabiendo que en verdad es él el único que nos puede dar es don. De esta manera sabremos rechazar el falso alimento que el mundo nos ofrece, y que lejos de darnos vida, nos condena a morir desde ahora porque aniquila toda esperanza en la obra divina de Dios.

Que Dios nos conceda amar cada vez más el gran regalo que es para nosotros el don de la Eucaristía.

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