domingo, diciembre 1, 2024
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Por: P. Rodolfo Orosco Gil

Roma, Italia.

Un escriba se acercó a Jesús y le preguntó: «¿Qué mandamiento es el primero de todos?».

Se dice que esta pregunta que le hacen a Jesús, también se llegaba a hacer en los círculos rabínicos. Es decir, al tener tantos mandamientos, alrededor de 613,  más de uno se preguntaba o preguntaba cuál de todos era el más importante.

Respondió Jesús: «El primero es: “Escucha, Israel, el Señor nuestro Dios, es el único Señor: amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser”. El segundo es este: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. No hay mandamiento mayor que estos».

Jesús responde con el famoso Shema Israel, la profesión hebrea que los Israelitas recitan. Cristo une el amor a Dios y al prójimo, lo cual significa un gran paso, sobre todo en lo que tiene que ver con lo segundo, ya que al amar al próximo, muchas cosas de la vida deben de cambiar para ver a los demás de verdad con amor. En nuestro tiempo, ¿Cómo se le podría decir a una persona que ama al prójimo, si promueve y está a favor del aborto? Con el tiempo, la ley del amor, es lo que hará posible y mostrará las principales directrices del desarrollo del mundo cristiano, debido a que más de una vez entre los paganos, se dirá con asombro, que mientras muchos odian a los cristianos, ellos en cambio a todos aman. Por eso con justa razón san Juan en su carta escribirá: “Quien no ama al propio hermano que ve, no puede amar a Dios que no ve”

Amar a Dios con todo el corazón significa amarlo con todo nuestro ser, en cuanto que el corazón indica el centro de la persona; con toda el alma, porque está indicando la vida, con toda la mente porque comprende la capacidad racional del hombre.

Los dos mandamientos van unidos porque expresan la misma realidad, la del amor. De esto se puede decir que en relación a Dios se entiende el amor desde la paternidad y con el prójimo desde la hermandad. Es decir, si vez a Dios como Padre, no puedes dejar de ver a los demás como tus hermanos, y al reconocer a tus hermanos no puedes dejar de pensar que tienen un mismo Padre. En resumidas cuentas, sería una completa mentira decir que somos hermanos, sino no nos sentimos hijos del mismo papá.

San Beda decía:

Ninguno de estos dos amores puede ser perfecto si falta uno, porque no se puede amar verdaderamente a Dios sin el próximo ni al próximo sin Dios. Por eso el Señor más de una vez le pregunta a Pedro si lo ama, y porque él respondía, tú sabes que te amo, a lo que el Señor concluida diciendo, apacienta mis ovejas, lo cual pareciera que esta es la única prueba del amor a Dios y de Dios.[1]

El escriba replicó: «Muy bien, Maestro, sin duda tienes razón cuando dices que el Señor es uno solo y no hay otro fuera de él; y que amarlo con todo el corazón, con todo el entendimiento y con todo el ser, y amar al prójimo como a uno mismo vale más que todos los holocaustos y sacrificios».

El darse cuenta de que se puede dar un paso del legalismo o ritualismo practicado al extremo a una auténtica calidez humana, es un gran paso para no dejar de ser mejor persona. Prácticamente la respuesta del escriba, revela todo lo verdadero que hay en las palabras de Jesús, porque cuando descubrimos y aprovechamos nuestra capacidad de amar, es cuando comenzamos a hacer vida el reino de Dios entre nosotros.

San Hilario de Poitiers  decía:

La respuesta del escriba, parece estar en armonía con las palabras del Señor, en cuanto que proclama el amor íntimo y profundo en un solo Dios, y promete un amor hacia el prójimo en medida del amor hacía sí mismo, y cree que el amor hacia Dios y al hombre es superior a los sacrificios y holocaustos.

Jesús viendo que había respondido sensatamente, le dijo: «No estás lejos del reino de Dios». Y nadie se atrevió a hacerle más preguntas.

Estas últimas palabras de Jesús ponen de manifiesto que algunos escribas no estaban distantes de su anuncio mesiánico, sino sólo aquellos que veían a Jesús como un rival a vencer, por eso insistían en atacarlo y desacreditarlo. Pero ahora al oír la pregunta y la reflexión con la que concluye el escriba, el Señor termina diciendo que está cerca del reino Dios. Tal vez lo que lo introduciría a él, sería el comenzar a prácticar aquello que dice creer. Es decir ya no sólo lo digas, sino vívelo.

[1] Cf. Beda, Omelie sui Vangeli 2, 22.

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