viernes, julio 26, 2024
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El Bautismo del Señor

Fiesta

Evangelio: Marcos 1,7-11

La figura del Bautista es presentada en este pasaje con algunos de los rasgos típicos del verdadero profeta: hombre pobre y austero, que proclama la Palabra de Dios, pero también independiente de la mentalidad que lo rodea y del mundo. Jesús se presenta al Bautista, mezclado entre las filas de sus penitentes, pero el profeta lo reconoce y lo presenta como superior a sí mismo: «Detrás de mí viene el que es más fuerte que yo. Yo no soy digno ni de postrarme ante él par desatar la correa de su sandalias» (v. 7). Jesús, como un hombre cualquiera, se presenta al bautismo de conversión y comparte con humildad la condición del pecador, e incluso «se hace pecado » (2 Cor 5,21). Pero la voz del Padre, dirigiéndose directamente al Hijo, lo proclama inocente y pone de relieve su naturaleza divina: «Tú eres mi Hijo amado, en ti me complazco» (v. 11).

La humanidad y la divinidad de Jesús se armonizan en una síntesis ideal: el Cristo es verdadero Dios y verdadero hombre. Por esto el bautismo de Juan se diferencia del practicado por Jesús. El del Precursor es realizado «con agua», mientras que el del Cristo lo es «con Espíritu Santo» (v. 8).

Desde mucho tiempo atrás Israel esperaba la venida del Mesías, Verbo del Padre, tantas veces prometida a los antiguos israelitas con una alianza por parte de Dios gratuita e irreversible. Ésta se ha presentado oficialmente y realizado en plenitud en la persona del Hijo de Dios, cuando el profeta de Nazaret se ha confundido entre los hombres, como todo hombre pecador junto al Jordán, en espera de recibir el bautismo de penitencia. El Inocente se ha hecho pecado para la salvación del hombre y así ha querido mezclar lo divino con lo humano para transformar lo humano en divino.

Es la vivencia que la Iglesia ha sido invitada a recorrer en su camino de testimonio entre los pueblos: hacerse solidaria con la humanidad, revestida de pecado y de debilidad, para liberarla de la muerte y transformarla en riqueza de vida con los dones del Espíritu y de su santidad de vida. La inmersión de la Iglesia y de toda comunidad cristiana en la situación de pecado de los hombres es una invitación para todo cristiano a no identificarse con el mundo para no mancharse con él, sino a presentarse siempre puro y sin mancha para difundir sin compromisos el evangelio de Jesús.

 

 

 

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