REFLEXIÓN DEL EVANGELIO DEL II DOMINGO DE CUARESMA
Mc 9, 2-10
Por: Padre Rodolfo Orosco Gil
Roma., Italia.
En el segundo domingo de cuaresma contemplamos a Cristo Transfigurado. Esta manifestación de Jesús, está llena de signos que nos ayudan a comprender su procedencia divina, actividad mesiánica, y el cumplimiento de las promesas que se hicieron en el Antiguo Testamento a través de la Ley y los profetas.
San Marcos al comenzar este relato, nos sitúa inmediatamente en el tiempo y establece que después del día sexto, es decir en el séptimo, Jesús tomó consigo a Pedro Santiago y a Juan y los llevo a un monte elevado. Pensemos un momento en estos dos signos, el número de días y el lugar. Lo primero que hay que decir es que el simbolismo de los 6 días, inmediatamente nos conecta con los 6 días de la creación en los que Dios estuvo trabajando y en el séptimo descansó. Ahora Jesús en el séptimo dándonos a entender que él es el dueño del tiempo, considera que es el momento oportuno para manifestar su gloria a los apóstoles. El siguiente elemento que debemos considerar es la precisión del lugar al que Jesús los lleva, es decir el monte.
Haciendo memoria de la importancia de los montes en la historia del pueblo judío nos daremos cuenta de lo importante y significativo que se convierten para la actividad mesiánica del Señor; por eso, el primer significado que se les da, es el de considerarlos como la morada y el lugar de la revelación de Dios. Este simbolismo de las montañas no era único del pueblo judío, muchas culturas de su tiempo e incluso en la américa aun no descubierta encontramos como todos los pueblos interpretan la altura de los montes como el espacio propicio para encontrarse y hablar con Dios. Por ejemplo entre los antiguos cananeos el monte Safón era la morada del panteón divino. Para los griegos era el monte Olimpo donde residía Zeus y los dioses, para los israelitas el monte sagrado era el Sinaí, junto con el monte Carmelo que también tuvo una importancia considerable. Y qué decir del monte Sion lugar de peregrinación para todo judío. Por su parte cuando hice referencia a las culturas prehispánicas, no podemos desconocer que todas las pirámides que se construyeron tenían la intención de imitar los montes, pues en la cima se colocaba la casa de los dioses, donde tenían que subir a hacer sus sacrificios, pensemos por ejemplo en el Templo Mayor de Tenochtitlan, en la pirámide de Kukulkán para los mayas, en la pirámide del Sol en Teotihuacán o en la pirámide de Tláloc en Cholula y así podríamos seguir sumando a la lista. Estos datos nos ofrecen una mayor comprensión del porque estas construcciones adquirían esa forma. Dicho esto, resulta evidente la importancia de los montes y las construcciones que se les asemejan en las culturas de todos los tiempos. Dicho todo esto, resulta fácil comprender porque Jesús llevo a los apóstoles al monte y se transfiguró en ese lugar.
Ahora detengámonos un poco en el significado de la palabra transfiguración. Para eso ayudémonos de su origen etimológico. Este vocablo procede del sustantivo μεταμόρφωσις que significa transformación o transfiguración. Que a su vez se compone de μετά que entre los múltiples significados que se nos ofrecen encontraremos el de: después… o más allá de… μορφή que significa: forma, figura o aspecto. Por tanto, la transfiguración de Jesús nos está remitiendo necesariamente a una forma extraordinaria, poco habitual o común que los apóstoles estaban acostumbrados a ver en Jesús. San Marcos dice que esta transformación del Señor empezó a ser notoria en el hecho de que sus vestiduras adquirieron una blancura deslumbradora, incapaz de ser igualada en la tierra. Veda el venerable decía: si alguno se pregunta qué cosa indican simbólicamente los vestidos del Señor que se transformaron blancos, podemos entender que están indicando a la iglesia y a sus santos, porque el día de la resurrección final, serán purificados de todos sus pecados. (Cf. Veda el Venerable, Omelie sui Vangeli). Marcos también da a entender que esta blancura proviene del interior de Jesús que es lo que finalmente transforma sus vestidos, esa luz simboliza la gloria de Cristo que los discípulos perciben por primera vez. Al respecto Orígenes decía que una vez manifestado, Jesús no brillará simplemente como sol, sino que más bien demostrará a ellos ser el Sol de justicia. (cf. Origene, Commento al Vangelo di Matteo 12, 37)
Lo siguiente que hay que considerar es la presencia de los dos grandes personajes del Antiguo Testamento: Elías y Moisés. Llama la atención como el evangelista coloca en primer lugar el nombre de Elías, quien era considerado en el judaísmo como el precursor del Mesías (Eclo 48, 10) y el puesto secundario lo ocupa Moisés, quien es tomado en cuenta como el gran mediador entre Dios y su pueblo, el profeta con el que Dios habla cara a cara. Citando a los estudiosos de la Sagrada Escritura nos comentan en sus obras que sin Moisés humanamente hablando no habría existido el pueblo de Israel ni su religión, y que en cuanto a Elías como profeta que salva a esa religión en su mayor momento de crisis en el siglo IX a.C., cuando estaba a punto de sucumbir por el influjo de la religión cananea, en pocas palabras al ser posterior a Moisés, sin su presencia, habría caído por tierra todo el trabajo de él. Por eso para los judíos estos dos profetas tenían un significado muy particular; y de ello los apóstoles eran perfectamente conscientes. Por este motivo se entiende la emoción de Pedro cuando los ve, porque además esta manifestación les está confirmando la importancia que tiene el personaje al que están siguiendo. Jesús no es un hereje, o un loco, no está destruyendo la religiosidad judía sino que les está dando su plenitud. Veda el Venerable decía: En Moisés que fue muerto y sepultado se simbolizan aquellos que en el día del juicio resucitarán de la muerte, en Elías por su parte que fue llevado en caballos de fuego, todos aquellos que a la llegada del Juez estarán vivos. San Juan Crisóstomo decía: cada uno habló con franqueza delante de los tiranos, uno al emperador egipcio y el otro contra el rey Ajab y la reina Jezabel, uno era lento para hablar y el otro era rustico. (Cf. Giovanni Crisostomo, Omelie sul Vangelo di Matteo 56,2). También no debemos de olvidar que estos dos personajes Moisés y Elías, están representando cada uno a los reinos en los que se había dividido el pueblo, en el reino del sur el más importarte es Moisés y en el reino del norte Elías. Jesús al presentarse junto con ellos dos, nos está manifestando que esas divisiones de las que han sido presos no existen para Dios.
Pedro tuvo la dicha de contemplar este momento glorioso, sus sentidos y emociones estaban deleitados en su máxima expresión, sus palabras salían automáticamente, fruto de no saber qué decir, o como describir esa maravillosa experiencia, por eso no puede evitar el deseo de que esa transfiguración dure para siempre. Las palabras con las que se lo manifiesta a Jesús son: hagamos tres chozas… Esto también se ha interpretado como el deseo de que Pedro no quiere que el Señor sufra, pues siempre resultará más fácil ser discípulo de Jesús en la gloria y la paz, que en las dificultades y persecución.
Inmediatamente después de esto el evangelio nos dice que se formó la nube y se oyó la voz que decía, Éste es mi hijo amado, Escúchenlo. Tal y como sucedió en el Sinaí cuando Dios se manifestó a través de la nube y habló desde ella, ahora Dios vuelve a hablar como lo hizo en el bautismo sólo que aquí se añade el imperativo ¡Escúchenlo! Y esto es exactamente lo que tenemos que hacer los cristianos de hoy que nos preparamos a celebrar la pascua, tenemos que aprender a escuchar al Mesías todas las veces que nos habla, pues quien es dócil para escucharlo, podrá vivir el evangelio de manera heroica. Al respecto san Agustín resaltando el énfasis con el que la voz del Padre se pronuncia decía: en efecto estaba allí Moisés y Elías y no obstante no fue dicho: Estos son mis hijos predilectos. Porque una cosa es el Hijo Unigénito y otra los hijos adoptivos, por eso se exalta a Aquel del que se gloriaba la Ley y los profetas. (Cf. Agostino, Discorsi 78, 4)
Cuando terminó la transfiguración, sólo quedaron Jesús y los discípulos. Momento que aprovechó el Señor para decirles enérgicamente que lo que habían visto no debía de ser contado a nadie hasta que él resucitará. Porque no es el momento de hablar del poder y la gloria, será preciso esperar la pasión y la cruz y después de la resurrección podrán contar todo lo que vieron.
El sacrificio de Cristo hoy se alcanza a ver prefigurado en lo que ya escuchamos en la primera lectura, cuando Abraham obediente a la indicación del Señor lleva a su hijo Isaac al monte para ser sacrificado. Lo primero que debemos de tomar en cuenta al respecto es que en ese tiempo los sacrificios humanos estaban muy extendidos en todos los pueblos y culturas, de tal forma que leyendo este texto en su contexto no era para nada extraño que Abraham sacrificara a su hijo, sin embargo en este caso lo que Dios quiere enseñar al pueblo es que este acto de oblación no será necesario ofrecerle, porque cuando ve que Abraham está apunto de sacrificar a su hijo, él mismo lo detiene. Manifestado que eso sólo era una prueba que el patriarca ha superado, con eso se pone fin a lo que en algún momento el pueblo judío pudiera practicar haciendo sacrificios humanos como los demás pueblos. Por su parte san Pablo les recuerda a los romanos el sacrificio que si hizo Dios a diferencia de Abraham cuando entregó a su propio Hijo para salvar a la humanidad.
Por tanto no olvidemos que la cuaresma es el tiempo propicio para volver a Dios, Él siempre nos está buscando. Y así como en la transfiguración hoy debemos escuchar su voz. El cristiano que oye es aquel que logra transformar la oscura realidad en una resplandeciente vida de comunidad. Cerremos los labios para que hable el Señor, y recordemos que también nosotros hemos sido transfigurados con Cristo en todas las ocasiones en las que hemos recibido los sacramentos. La transfiguración contiene el simbolismo que sobrepasa lo humano y nos conduce a la resurrección final, cuando los vestidos de los fieles, purificados por el Cordero como dice el Apocalipsis se volverán también blancos.
En este domingo se les anuncia a los catecúmenos y a los bautizados se nos recuerda la blancura con la que serían revestidos el día de su bautismo a ejemplo de Jesucristo el Hijo amado; y esa misma esperanza es la que se mantiene viva en nosotros, por eso si queremos tener esa blancura, debemos de revisar nuestras acciones para quitar todo aquello que nos reviste de las tinieblas, nos hace tiranos en contra de nuestros padres, hijos, trabajadores, vecinos, compañeros de trabajo o de escuela y más bien busquemos que también las vestiduras de nuestros hermanos puedan volverse resplandecientes.