Por: P. Rodolfo Orosco Gil
Roma, Italia.
El evangelio de este domingo nos plantea el proyecto original de parte de Dios sobre el valor del matrimonio, que en palabras de Jesús resalta la tan grande dignidad que posee, muy por encima de la concepción que de él, tenía el pueblo judío. De esta manera vemos como Cristo plantea la fuerza y la sacramentalidad que tiene el matrimonio cristiano, y cuál es el criterio que el discípulo debe tener al respecto.
En aquel tiempo, acercándose unos fariseos, preguntaban a Jesús para ponerlo a prueba: « ¿Le es lícito al hombre repudiar a su mujer?».
Las preguntas capciosas que constantemente le hacen a Jesús, aquellos que se oponen a sus enseñanzas, pretenden ponerlo entre la espada y la pared, para dejar en evidencia la debilidad de su doctrina y tener además, un motivo para condenarlo. La pregunta de hoy coloca a Jesús en medio de la Ley Mosaica y de la autoridad romana de tal forma que cualquier respuesta que les diese sería usada en su contra. Al respecto de la pregunta Orígenes decía:
Jesús no se inquietó cuando fue interrogado con una pregunta llena de malicia, y así deben de ser sus discípulos, deben de estar siempre listos para enfrentar cualquier pregunta insidiosa.[1]
Él les replicó: « ¿Qué les ha mandado Moisés?». Contestaron: «Moisés permitió escribir el acta de divorcio y repudiarla».
La pregunta de los fariseos tiene su fundamento en enseñanzas legales, mientras que el argumento de Jesús se basará en la ley divina, su atención se centra en la voluntad de Dios. En el contexto en el que le hacen esta pregunta a Jesús, debemos de recordar las dos escuelas que predominaban en aquel tiempo; una la del rabino Shamai y la otra la del rabino Hillel, en la primera se enseñaba que el adulterio era motivo de separación y la segunda admitía cualquier motivo; pero personas como las de Qumram que esperaban rigurosamente el reino como algo inminente no admitían en lo absoluto el divorcio.
Es evidente que en el fondo de esta mentalidad se está defendiendo el derecho del dominio que el hombre ejercía sobre la mujer ya que todos los derechos o la mayoría de ellos recaían sobre él, esto hacía que por lo general, él fuese el único que podía dar el documento del repudio hacia ella. Con lo cual se hacía parecer que el matrimonio sonara más a un simple contrato legal por el que un hombre se hacía dueño de una mujer, que la observación de lo que Dios había proyectado desde el principio. Por eso sin lugar a dudas Jesús defenderá la sacralidad del matrimonio, manifestando abiertamente la igualdad que debía haber entre ellos.
Jesús les dijo: «Por la dureza de su corazón dejó escrito Moisés este precepto. Pero al principio de la creación Dios los creo hombre y mujer. Por eso dejará el hombre a su padre y su madre, se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne. De modo que ya no son dos sino una sola carne. Pues lo que Dios ha unido que no lo separe el hombre».
Ante la justificación de los fariseos para defender el divorcio, Jesús resalta la dureza de su corazón, lo que nos indica con claridad como el hombre, muchas veces, se cierra al proyecto divino e impone su voluntad. La respuesta de Jesús es más que sublime, es de alguien que conoce, entiende y puede explicar perfectamente la grandeza del matrimonio. El Matrimonio para Jesús es la entrega total de los dos para comenzar a ser uno solo, sin tal acto, manifestado en el amor, no se puede comenzar a ser esposo, porque esta alianza, es la expresión máxima de la unidad. Por eso para Jesús el matrimonio tiene un sustento teológico, del que se podría derivar el legal, pero no el teológico del legal.
Tertuliano decía:
El origen del género humano es una verdadera garantía para defender la unidad del matrimonio, desde el momento en el que Dios desde el principio establece la norma de la creación a su imagen y quiere que sea válida por siempre. Después de haber creado al hombre, creyó oportuno darle una compañera, de una sola costilla modeló para el hombre una mujer, una sola.[2]
De esta manera Jesús denuncia la manipulación de la Ley para satisfacer sus propios intereses, olvidándose del proyecto de Dios. Una ley en la que predomina el derecho de unos, los hombres, sobre las más vulnerables, las mujeres, no puede seguir enseñándose. Por eso, rompiendo esas estructuras, Cristo sale en defensa de lo justo.
De cierta manera podemos ver que Jesús no responde a la pregunta que le hacen, porque eso sería tanto como entrar en el discurso distorsionado que se han formulado sobre el matrimonio, por eso los saca de ese esquema, y los remite al origen, para que recuerden lo que ya se ha dicho, pero que han querido ignorar porque no les conviene.
En la casa los discípulos volvieron a preguntarle sobre lo mismo. Él les dijo:
«Si uno repudia a su mujer y se casa con otra, comete adulterio contra la primera. Y si ella repudia a su marido y se casa con otro, comete adulterio».
‘En casa’, esta expresión adquiere un especial matiz, porque para algunos biblista esto significaría la Iglesia, es decir, Jesús sabiendo que los fariseos no le darán crédito a sus palabras, se interesa mejor por explicar a su comunidad la sacramentalidad del matrimonio, y así se comienza a ver la unión del hombre y la mujer, desde el proyecto de Dios. Esta manera de presentar la Iglesia el matrimonio, será una especial distinción del cristianismo entre los paganos, quienes no dejaran de admirarse por la forma en que se aman los esposos.
La explicación que Jesús les da a los discípulos es una muestra clara de la igualdad que debe de haber entre ellos, queda fuera todo presupuesto de dominio o subordinación. Lo importante no es el poseer, sino el pertenecer, el ser el uno para el otro. El matrimonio tiene tanta importancia y valor que el mismo Jesús hará la analogía de su obra salvadora con la misma Iglesia con la cual se desposará. El matrimonio por eso debe der ser una clara manifestación del amor que proviene de Dios y que santifica a los esposos a fin de que sean siempre felices.
Uno de los grandes problemas del matrimonio es la infidelidad, que no debe de ser entendida sólo como una falta a la esposa, esposo según sea el caso, sino también al mismo que la comete, debido a que si no es fiel al juramento que él o ella misma hizo el día de boda de manera libre y consciente, es probable que tampoco lo sea en las siguientes relaciones.
Por eso los matrimonios constantemente deben de estar buscando todas las formas posibles que enriquezcan y hagan más fuerte el amor que los esposos se tienen. No deben de dejar que la relación se enfrié y caiga en la rutina.
Acercaban a Jesús niños para que los tocara, pero los discípulos los regañaban. Al verlo Jesús se enfadó y les dijo: «Dejad que los niños se acerquen a mí: no se los impidan, pues de los que son como ellos es el reino de Dios. En verdad les digo que quien no reciba el reino de Dios como un niño, no entrará en él». Y tomándolos en los brazos los bendecía imponiéndoles las manos.
Estos versos nos ponen de manifiesto las peculiaridades que tiene el anuncio del reino de Jesús. Queda claro por tanto que éste no busca empoderar a algunos para que dominen a otros, por eso los más vulnerables como lo serían las mujeres o niños, serán defendidos y puestos como ejemplo cuando así se requiera. Los niños en el ambiente judío eran considerados a veces como una pérdida de tiempo, ya que al no entender la Ley judía no valía la pena entretenerse con ellos. Este texto evidentemente quiere presentar la forma en como Jesús quiere que sean vistos y acogidos en su Iglesia. La actitud, el comportamiento del Señor es totalmente abierto y sin límites, ya que él mismo quiere estar con ellos, más a un podríamos decir que le gusta estar cerca de ellos, junto a ellos porque son el ejemplo más claro de lo que significa su reino. Para Cristo ellos son los que ejemplifican su predicación. Así como un niño encuentra la seguridad en sus padres, también el cristiano deberá de encontrarla en Dios.
La reacción de Jesús respecto del comportamiento que los discípulos están teniendo de frente a los niños, es la de enojarse, ya que al no recibirlos eso es lo equivalente a no acoger el reino de Dios. Los niños en efecto tienen la característica que se requiere para seguir a Jesús, el no poseer nada incluso ni a ellos mismos. El mundo en la actualidad no puede negar que le debe a las enseñanzas del evangelio la defensa y promoción de los infantes, ya que la mentalidad cristiana a medida que se fue extendiendo, sembró en la sociedad la semilla de los derechos y respeto que se debe de dar a ellos.
Esta actitud de Jesús hacia los pequeños, fue un punto de referencia para que en los primeros siglos de la Iglesia los niños fuesen admitidos al bautismo, y por tanto a ella misma. San Cipriano en su carta a Fido decía:
Nadie debe de ser excluido del bautismo y de la gracia, sobre todo los niños, ellos que tienen poco tiempo de haber nacido, no han cometido ningún pecado, sino solamente el de que siendo hijos de Adán según la carne, han contraído la antigua muerte. Ellos por este motivo encuentran más fácilmente la remisión, ya que les libra del pecado de los otros. Por lo tanto hermano querido tal fue nuestra decisión en el concilio (el Concilio de Cartagine del 254) que cuando dependa de nosotros, ninguno sea excluido del bautismo y de la gracia de Dios, quien es misericordioso, benigno y piadoso con todos.[3]
Por tal motivo, fieles a las enseñanzas de nuestro Maestro, siempre debemos de comportarnos con amor y respeto hacia ellos, de tal manera que toda forma de maltrato psicológico, o físico de cualquier índole es completamente reprobable. Por ello es fundamental que los mismos papás, eduquen y enseñen a sus hijos sobre como comportarse y respetarse incluso, entre ellos mismos, a fin de propiciar el desarrollo de una infancia sana y feliz, donde el recuerdo de las enseñanzas y juegos, se la mejor memoria que posean cuando sean adultos de su pasado.
[1] Cf. Origene. Commento al Vangelo di Matteo 14, 16.
[2] Cf. Tertulliano. Esortazione a la castità 5,1.
[3] Cf. Cripriano Lettera a Fido 64, 5-6.