domingo, noviembre 17, 2024
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Por: P. Rodolfo Orosco Gil

Roma, Italia.

Se acercaron a Jesús los hijos de Zebedeo, Santiago y Juan, y le dijeron: «Maestro, queremos que nos hagas lo que te vamos a pedir».

Respecto a estos dos hermanos, se puede suponer que el mayor es Santiago, y ambos están interesados en adquirir, no sólo un beneficio al seguir a Jesús, sino también un privilegio. Tal atrevimiento de estos hermanos, llama mucho la atención porque su petición refleja la poca comprensión que han tenido a la obra salvadora de Cristo, ya que, aunque han sido testigos oculares en eventos donde el Señor ha manifestado su gloria, tales como: la resurrección de la hija de Jairo, la trasfiguración, el discurso escatológico sobre el monte de los Olivos, entre otros; no han logrado asimilar las enseñanzas del Reino.

Respecto a la pregunta que le hacen, es necesario admitir que no es para nada edificante, ya que refleja la poca atención que han puesto al mensaje salvífico de Jesús. Este pasaje también aparece en los demás sinópticos y en Mateo por ejemplo, la petición es realizada por la madre de ellos.

San Juan Crisóstomo decía:

Ellos creían poder entrar en el reino sin pasar por la cruz y la muerte: en efecto habían escuchado miles de veces, pero es claro que no habían podido comprender claramente. Creían que Jesús se encaminaba por un reino visible y que reinaría sobre Jerusalén. Ellos creían que era el tiempo justo de la corona y los premios.[1]

Les preguntó: « ¿Qué quieren que haga por ustedes?» contestaron: «Concédenos sentarnos en tu gloria uno a tu derecha y el otro a tu izquierda»

Con semejante pregunta es fácil afirmar lo que ya se había supuesto: los discípulos no han entendido el mensaje del Maestro. Pero esta no es una novedad, ya que si recordamos el ejemplo de Pedro cuando intentaba disuadir a Jesús de su pasión, nos damos cuenta que no estaban convencidos del significado del sacrificio de Cristo. Les resultaba bastante difícil entender un reino donde no hubiese un poderoso que dominara a todos.

Jesús replicó: «No saben lo que piden, ¿podrán beber el cáliz que yo he de beber, o bautizarse con el bautismo con el que me voy a bautizar?».

La respuesta de Jesús los remite inmediatamente a los acontecimientos que más adelante sucederán. Cristo les responde con una afirmación tajante, no saben lo que piden para después preguntarles si están dispuestos a vivir lo que le sucederá. El cáliz a su vez,  era entendido de dos formas, una, como símbolo de gloria y la otra, de sufrimiento, como será el caso de Jesús.

San Juan Crisóstomo vuelve a comentar:

Vean como ellos no sabían lo que pedían. En primer lugar porque hablan de un reino, del cual Cristo no había hablado: en efecto, no había anunciado un reino terreno y visible; en segundo lugar ellos piden el privilegio de sentarse a su lado y los honores celestes, y pretenden superar a los otros en estima y honores. Pero no era el tiempo de la corona y los premios, sino de la dificultad y del esfuerzo.[2]

Además es importante señalar, que el Maestro les expresa que la verdadera grandeza se obtiene al beber el mismo cáliz que él, y ser bautizado como él lo será. El cáliz de Cristo claramente será su sacrificio en la cruz.

Contestaron: «Podemos» Jesús les dijo: «El cáliz que yo voy a beber lo beberán y serán bautizados con el bautismo con el que yo me voy a bautizar, pero el de sentarse a mi derecha o a mi izquierda no me toca a mí concederlo, sino que es para quienes está reservado».

Ante la pregunta que les hace Jesús, los dos apóstoles le contestan tajantemente diciendo que podrán bebe el cáliz del Señor.

Estos versos donde Jesús declara no conceder lo que piden, nos remite inmediatamente a entender que eso es algo que se gana a través del servicio, por eso dice, es para quienes está reservado, es decir para aquellos que están dispuestos a imitarlo incluso hasta el sacrificio, si los apóstoles hacen eso, es claro que para ellos será ese lugar,  pero como es de notar, los discípulos quieren evadir esa parte en la que se incluye la entrega total, como la del Maestro.

San Ambrosio decía:

Esto no quiere decir que a él le faltaba el poder de hacerlo, sino más bien que a las creaturas les faltaba el mérito, porque Dios no tiene preferencia de personas, no practica el favoritismo, sino que se concede algo por medio de los méritos.[3]

Hasta ahora ellos prefieren el ejemplo de lo que el mundo les ha enseñado, con lo que parecen ser más discípulos de Herodes o Pilato, que de Jesús. Ante tal perspectiva, es necesario insistir, que para tener parte de la gloria de Cristo, el discípulo debe estar dispuesto a seguirlo totalmente, incluso hasta el Gólgota. No hay otra vía para él, sino el de la cruz.

Los otros diez, al oír aquello, se indignaron contra Santiago y Juan.

Naturalmente, como era de esperarse los demás apóstoles reaccionan con enojo ante la petición de los hermanos, probablemente porque se sintieron amenazados en sus propios intereses, ya que parece ser que ellos querían lo mismo, sólo que estos se les habían adelantado. Esa sería más bien su indignación.  ¿Cómo es posible suponer esto? Por la catequesis que les da a todos Jesús.

Jesús llamándolos, les dijo: «Saben que los que son reconocidos como jefes de los pueblos los tiranizan, y que los grandes los oprimen. No será así entre ustedes: el que quiera ser grande entre ustedes que sea su servidor; y el que quiera ser primero, sea esclavo de todos.

Por su parte, Jesús no deja de insistirles en el auténtico sentido del servicio, les vuelve a proponer que la verdadera esperanza del poder que viene de Dios, es la de ayudarse unos a otros, no la de poseer despojando  a los demás. Es claro que en el mundo de aquel tiempo como en el de ahora, la lucha por ser más poderoso que los otros era una constante ambición. En un mundo donde aún no se anunciaban los valores del evangelio, no importaba asesinar a la propia familia o al amigo con tal de convertirse en rey; un ejemplo de ello es la historia de Cleopatra en Egipto o de muchos emperadores en Roma. Jesús quiere evitar que su comunidad se adhiera a esos caminos que sólo conducen al dominio tiránico y a la destrucción.

Porque el hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y dar su vida en rescate por muchos».

La propuesta de Jesús es clara, sólo al servir se ejerce el verdadero poder, porque es el espacio y el tiempo en el que se pueden poner en práctica las capacidades para ayudar a los demás, sobre todo con aquellos que no han tenido las mismas oportunidades en la vida. Es claro que los ideales de Jesús son elevados; no le deben nada a los más ilustres pensadores o filósofos de su tiempo. La salvación que ofrece Jesús se abre a los demás, no sólo son ellos los del presente los que serán rescatados, sino que su obra salvífica sobrepasara todo para llegar a muchos en el Kayrós de Dios. Jesús quiere una Iglesia en la que se ejerza la autoridad a través del servicio.

[1] Cf. Giovanni Crisostomo, La domanda dei figli di Zebedeo 8, 4-5.

[2] Ibidem.

[3] Cf Ambrogio, La fede 5, 6, 81-83.

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