Por: P. Rodolfo Orosco Gil
Calafell, España.
Muchos de los discípulos de Jesús dijeron: «Este modo de hablar es duro, ¿quién puede hacerle caso?».
Es evidente que Jesús al no ofrecer nada de los bienes temporales o de las propuestas mesiánicas que los discípulos se habían formado cada uno dentro de su cabeza, el escuchar hablar de este modo a Jesús, les resulta completamente desconcertante y fuera de sus proyectos, porque en la mentalidad de ellos el discurso de pan de vida no encaja con los deseos de poder y dominio que cada uno ha formado en su corazón al seguir a Jesús. El Señor no busca los honores, la gloria humana, ni tampoco está formando a los discípulos para esos fines. Queda claro, que seguir a Cristo, implica renunciar a toda ambición que no contribuye en nada al plan divino de salvación. Con esta actitud de los discípulos, es evidente que no todos tienen la intención de donarse a los demás.
Sabiendo Jesús que sus discípulos lo criticaban, les dijo: « ¿Esto los escandaliza?, ¿y si vieran al Hijo del hombre subir adonde estaba antes?
En la mentalidad de los discípulos, la muerte es un total fracaso y al haber escuchado esto en boca de Jesús, para ellos representa un obstáculo, porque el Mesías en el que han puesto su esperanza no les dará nada de lo que ellos desean. Todo esto es debido a que no han sido capaces de darse cuenta de la vida que promete Jesús, y sólo han puesto su atención en la muerte que ha anunciado. Los discípulos no logran desprenderse de lo tentador que es el hecho de pensar que el triunfo terreno es más importante que el del cielo. Para Jesús el morir no significa el final de todo, porque así como él ha anunciado que bajará a la muerte, también ha dicho que subirá a la vida. Así como “bajar” significa el movimiento del que tiene una vida proveniente de Dios para entrar en un mundo cuyo distintivo y máxima expresión es la muerte, “subir” es su movimiento desde la muerte causada por este mundo hasta la vida definitiva.[1]
El Espíritu es quien da vida; la carne no es de ningún provecho. Las palabras que les he dicho son espíritu y vida.
Para los discípulos que han puesto sus expectativas en lo material, o en lo carnal, Jesús aprovecha la ocasión para exhortarlos a pensar más en las cosas del Cielo, y por eso les revela la acción del Espíritu Santo, para que ellos pongan su atención en quien de verdad vivifica, porque la carne por sí sola no lo logra, y si los hombres se quedan sólo con lo del mundo, es claro que no van a progresar. Es importante no olvidar que en la eucaristía, es donde también actúa el Espíritu y se manifiesta la donación de la comunidad que está reunida en torno al Señor, y si no profundizamos en ello al participar, corremos el riesgo de reducir todo a un ritualismo que no llega al amor de Cristo por la dureza de nuestro corazón.
«Y con todo, hay algunos entre ustedes que no creen». Pues Jesús sabía desde el principio quienes no creían y quien lo iba a entregar.
Jesús es consciente del grupo que lo sigue, algunos no logran evitar mostrar su resistencia al mensaje mesiánico, pero hasta este punto es cuando se revela quienes de verdad están comprometidos con él. Era evidente que en el caso de Judas que más adelante lo traicionaría, no veía un compromiso auténtico en los valores del reino, sino que su corazón se inclinaba más por lo terreno, sus ambiciones se exteriorizaban y por eso Jesús podía entender muy bien su proceder.
Y Dijo: «Por eso les he dicho que nadie puede venir a mí si el Padre no se lo concede».
En la enseñanza de Jesús, nuevamente destaca la acción del Padre, pues sólo él es el que atrae hacia el Hijo, y ahora se hace alusión a su benevolencia, ya que únicamente él puede conceder la gracia de ser llevados hacia Jesús, el Padre ama tanto a su Hijo que quiere que también nosotros seamos participes de ese amor. Hasta este punto logramos asimilar ¿cómo Jesús insiste en revelar la acción trinitaria en su obra? El Espíritu Santo es el que da la vida en plenitud, el Padre lleva al Hijo y el Hijo revela al Padre y al Espíritu. Por eso quien se cierra al Espíritu reduciéndose sólo a la carne rechaza el don del Padre y no llega nunca a Jesús. Este será el punto que algunos discípulos no entenderán, porque su visión se reduce sólo a la carne, es decir al hombre sin Espíritu, por eso para ellos será insoportable la propuesta de Jesús.[2]
Desde entonces muchos discípulos suyos se echaron atrás y no volvieron a ir con él. Entonces Jesús dijo a los Doce: « ¿También ustedes se quieren marchar?».
Después de estas palabras de Jesús, comienza la crisis en el grupo, muchos empiezan a desertar, nada extraño para nosotros, porque desde entonces eso ha sucedido a través de los siglos en nuestra Iglesia. Y si pensamos en situaciones cercanas a nuestro tiempo, no podríamos ignorar a todos los sacerdotes, consagrados y laicos que desertaron de la fe católica, después de haberse celebrado el Concilio Vaticano II de 1962 a 1965, donde obispos de todo el mundo unidos al Papa, anhelaban dar un paso más en el camino de la evangelización, para que la Iglesia tuviera el dialogo con el mundo contemporáneo y que a través de los fundamentos evangélicos para seguir proponiendo la novedad del mensaje de Jesús. Por eso no puede ser creíble que alguien dude de la acción del Espíritu Santo en la voz de los pastores que conducen a la Iglesia.
Pues bien, así como sucedió en el evangelio, después del concilio para algunos ese modo de hablar fue intolerable, y por eso decidieron dejar la Iglesia de Cristo y seguir su propio camino. En días recientes las secuelas de la dura resistencia que aún algunos presumiendo de su “vasto conocimiento” sobre la Tradición de la Iglesia, lo cual evidentemente es cuestionable, han afirmado que el verdadero rito de la misa, es aquel que se celebraba antes del concilio y que nuestra actual forma de celebrar la eucaristía es una mundanización de la fe. Evidentemente eso es una mentira, la Iglesia con la potestad que ha recibido de Cristo para atar y desatar, para gobernar y guiar, tiene la facultad de establecer formas litúrgicas que ayuden a celebrar la fe del pueblo, manteniéndose fiel en el caso de la misa, a la palabra y a la fracción del pan conforme a lo que Jesús ha instituido. Y eso la Iglesia siempre lo ha conservado y defendido. Desde luego que esto no quiere decir que el rito de la misa que se celebraba de manera ordinaria antes del concilio sea invalido, sino todo lo contrario, es una manera extraordinaria de hacer presente el sacrificio de Cristo, sin embargo el problema se hace presente, cuando algunos sacerdotes, consagrados o laicos participan en ella como signo de repulsión al actual rito católico. Esta actitud es la que el Papa ha reprobado y como Sumo Pontífice, tiene la autoridad para decirlo y corregirla, por eso a través de la carta apostólica en forma Motu Proprio, llamada Traditionis Custodes, “Custodios de la Tradición” el Papa ha establecido los criterios bajo los cuales se puede celebrar el anterior rito de la misa, para no perder la comunión con la Iglesia universal.
Como podemos darnos cuenta, lo que le sucedió a Jesús con algunos discípulos, no ha dejado de repetirse, sin embargo la pregunta sigue siendo la misma “… ustedes también se quieren marchar”
Retomando el comentario del evangelio, podemos entender, que una vez que se han retirado quienes se sienten agredidos en sus intereses, Jesús les pregunta a quienes considera que son más cercanos sobre lo que piensan y han decidido al respecto. Pero hay que aclarar que el Señor no pregunta cómo alguien que tiene miedo, lo hace más bien, para seguir purificando el grupo de discípulos, a él no le importa quedarse sin apóstoles si tiene que renunciar a su obra salvadora, es claro por lo tanto que la pregunta de Jesús no es de quien teme a quedarse solo, sino de quien está seguro de lo que enseña y quiere saber con quienes cuenta. Para Jesús la salvación del hombre sólo se puede alcanzar en este dinamismo trinitario que ha expuesto, y que evidentemente no es del agrado de quienes prefirieron retirarse
Simón Pedro le contestó: «Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros creemos y sabemos que tú eres el santo de Dios»
Es claro que los doce han comprendido que fuera de Jesús no hay esperanza, podríamos decir que hasta en ese momento Judas lo entendió así, porque permaneció con los demás apóstoles, por eso Pedro tomando la palabra en representación de todos, expresa lo que los doce sienten y piensan. Jesús no quiere que sus enseñanzas se reduzcan a una simple doctrina como ya las ha habido en todas las religiones, para él es muy importante tener en cuenta que es necesario estar en comunión con él, y eso sólo se logra en la eucaristía.
Pedro utiliza dos verbos para profesar su fidelidad, el creer y saber; y vaya exigencia que nos presenta, porque ese debe de ser el itinerario del cristiano, tener fe pero también tener la disponibilidad de seguir conociendo a Cristo, y eso lo podemos lograr, a través de la formación humana y espiritual que se requiere en las diferentes etapas de la vida, por eso es muy importante participar o ser miembro de algún movimiento católico o grupo de apostolado que favorezca nuestro crecimiento en la fe.
Finalmente Pedro en nombre todos profesa y reconoce que Jesús es el santo de Dios, y su voz se convierte en la profesión de fe de una comunidad que quiere seguir siendo participe de la obra Trinitaria, pues como comunidad responde su deseo de seguir siempre a Jesús cuyas palabras siempre son vida.
Ahora nos toca a nosotros responder a Cristo, porque hoy nos sigue haciendo la misma pregunta, si decidimos abandonarlo, tengamos en cuenta que nuestra vida perderá sentido, pero si continuamos con él, todo lo que digamos y hagamos, siempre será iluminado por su Espíritu vivificante que nos dará la fuerza y el valor para seguir siempre adelante.
[1] Cf. Mateos J. Barreto J. El evangelio de Juan. Análisis lingüístico y comentario Exegético. Edit Cristiandad. Madrid 1971. P. 353.
[2] Cf. Idem. P. 355.