sábado, noviembre 16, 2024
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Por P. Rodolfo Orosco Gil

Roma, Italia.

El evangelio del día de hoy, es una importante introducción al gran discurso del Pan de Vida que nos ofrece san Juan en su evangelio. El milagro de la multiplicación de los panes es compartido por los cuatro evangelios, no obstante con una intencionalidad diferente, ya que, mientras que en los sinópticos este milagro es suscitado por la compasión de Jesús, en cambio aquí, la intensión del Señor es revelarse a sí mismo.

En aquel tiempo Jesús se marchó a la otra parte del mar de Galilea o de Tiberíades.

Este milagro en la versión de san Juan, está lleno de signos que recuerdan lo acontecido en el Antiguo Testamento, ya que en él se presenta el nuevo maná, el nuevo Moisés y un nuevo éxodo.

En cuanto a la referencia que hace del mar, en realidad se trata más bien de un lago, pero el término mar, sirve para aludir al mar Rojo que los israelitas atravesaron buscando su liberación. Este mar recibe dos nombres, el primero es Galilea y representa el pueblo pobre y despreciado por el centro, es decir por Jerusalén; y el segundo nombre que tiene es el de Tiberíades, y denomina todo lo contrario, porque la ciudad que denomina, era la capital de Galilea, residencia del rey Herodes Antípas y su corte,  y que había sido fundada por él en honor del emperador Tiberio. La mención de los dos nombres, puede estar haciendo alusión a la mezcla de la población judía y pagana en ese momento.

Lo seguía mucha gente porque habían visto los signos que hacía con los enfermos.

Al darse cuenta el pueblo de que Jesús comunica vida a los débiles, renace en ellos la esperanza de que él puede liberaros y conducirlos a una vida más humana. Por eso se piensa que los que acuden a él en este momento son económica y socialmente débiles. Además estas señales estarían representando la intención de Jesús de hacer un nuevo éxodo, para sacarlos de la opresión en la que viven. El primer éxodo tuvo como meta la tierra prometida, en el de Cristo, se está partiendo de ella.

 Subió Jesús entonces a la montaña y se sentó allí con sus discípulos.

La mención del monte, sigue siendo un paralelismo con los acontecimientos del éxodo, ya que Moisés con motivo de la alianza, subió a él dos veces; la primera vez acompañado y la segunda solo. (Cf. Ex 24. 34). De igual forma Jesús lo subirá dos veces, y al igual que Moisés, en la primera lo hace acompañado de sus discípulos y en la segunda lo hace solo, al final del relato de este día, cuando la gente toma a determinación de hacerlos rey. Subir al monte en el caso de Jesús, significa que está en su lugar, donde le es propio, porque él es Dios.

Estaba cerca la Pascua, la fiesta de los judíos.

Esta fiesta era muy importante, porque en ella se recordaba la liberación del pueblo, y era el tiempo señalado en el que el ellos debían subir a Jerusalén, sólo que ahora han decidido seguir a Jesús en lugar de hacer su peregrinación. Tal celebración sería la segunda Pascua que nos relata Juan, porque  en la primera supimos que Jesús expulsó a los vendedores del templo cuando los encontró profanando su casa, (Jn 2,15) ahora en esta, él se convierte en el punto de referencia para la gente que lo busca.

 Jesús entonces levantó los ojos y, al ver que acudía mucha gente, dice a Felipe: « ¿Con qué compraremos panes para que coman estos?». Lo decía para probarlo, pues bien sabía él lo que iba a hacer.

Esta imagen de Jesús que va por delante mientras la multitud lo sigue, es muy cercana a aquella del buen pastor, pues las ovejas lo siguen porque conocen su voz. Jesús por tanto aparece como una alternativa. Ante esta situación, le plantea la pregunta a Felipe, aquel que lo reconoce como Mesías, pero que al mismo tiempo desea que sea continuador del pasado, como hacer para darle de comer a toda esa gente, pero Felipe no tiene idea de cómo resolver el problema. Queda claro por tanto, que las soluciones humanas no siempre bastan para saciar las necesidades del hombre

Jesús se preocupa porque la gente que lo sigue, porque sabe que necesitan comer y no forma de hacerlo. Y tal y como había sucedido en el éxodo, se plantea también el problema de la subsistencia, que como sabemos, en dicho momento, ante la falta de fe, el pueblo comenzó a añorar la comodidad de la esclavitud, que se ve expresado en el reclamo que le hacen a Moisés por haberlos hecho salir. (Cf. Ex 16, 1-4). En este caso, ya no es Moisés el que acompaña al pueblo, sino el mismo Señor, y se muestra solícito a la necesidad del pueblo que lo sigue, manifestando de esta manera la fidelidad de su amor. Cabe mencionar, que en este momento aparece el tema del dinero, y recuerda además, que el culto que le daban las autoridades religiosas, había desplazado a Dios de su lugar en el templo, razón por la cual, Jesús expulsó a los vendedores del templo y reprendió a las autoridades, haciendo ver que su avaricia, había contaminado la casa de su Padre. Además cada vez comienza a ser más evidente, que el dinero y el sistema económico han sido los causantes de la injusticia y el hambre del pueblo. Desde esta perspectiva el hecho de comprar, supone que alguien posee el alimento en abundancia, pero que no lo cede sino bajo ciertas condiciones. No obstante, esto no significa que Jesús esté en contra del comercio, sino de las injusticias que se comenten en él.

 Felipe le contestó: «Doscientos denarios de pan no bastan para que a cada uno le toque un pedazo».

Esta respuesta es desalentadora y expresa la dificultad con la que se conseguiría el alimento; resulta por lo tanto muy difícil para los discípulos satisfacer las necesidades de la gente, Felipe prácticamente declara que no se puede hacer nada. Lo que daría a entender que este nuevo éxodo está destinado al fracaso.

Uno de sus discípulos, Andrés el hermano de Simón Pedro, le dice: «Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes de cebada y dos pescados; pero ¿qué es eso para tantos? ».

Andrés por su parte manifiesta a Jesús lo único de lo que disponen, pero tampoco da esperanza, podríamos decir que desea manifestar su caridad a partir de lo que se tiene, pero también es consciente de que eso no alcanzaría para todos. En cuanto a las palabras de este apóstol, de aquí hay un muchacho, se dice que con ellas, se está representando  al grupo de los discípulos, lo que explicaría el hecho de que Andrés  hable de los panes y pescados como de algo de lo que se puede disponer. La figura del muchacho, caracteriza además a los discípulos como servidores, ya que muestra la disponibilidad de poner al servicio de los demás lo que poseen. Esta pequeña comunidad de Jesús, representada por los apóstoles, es presentada como un grupo socialmente humilde, sin pretensiones de dominio o poder y dedicada al servicio.

Los exegetas mencionan que hay un juego de palabras entre el nombre de Andrés cuyo significado griego quiere decir hombre, y la connotación de señalar sólo el número de hombres que se encuentran; además de que Andrés representa al hombre adulto, que se contrapone a la figura del muchacho. En cuanto al número de panes y peces, se da una totalidad de 7 para indicar la plenitud.

 Jesús dijo: «Díganle a la gente que se recueste en el suelo». Había mucha hierba en aquel sitio. Se sentaron; sólo los hombres eran unos cinco mil.

Comer recostado significaba ser un hombre libre, la orden de Jesús por tal razón es interpretada en estos términos. De esta manera queda clara la actitud con la que los discípulos deben de tratar a la gente, pues la comunidad debe de tener la peculiaridad del servicio.

El lugar en el que ahora se encuentra Jesús, es donde brilla la luz, donde manifiesta su amor incondicional al hombre. La hierba tiene la característica de la fecundidad del tiempo mesiánico, y es un indicativo de la primavera en la que se está realizando este suceso. Manteniendo el paralelismo con la experiencia del éxodo, se notan las diferencias entre aquella y éste acto de Jesús, ya que mientras en la primera tenían que comer de pie y a prisa, aquí lo hacer recostados y con calma, algo que resulta completamente propio de los hombres libres. Los cinco mil hombres de los que se habla, tiene un valor simbólico, ya que el número 50 del que cinco mil es múltiplo, se pone en relación con el espíritu de Dios, así que podríamos decir que se está haciendo alusión a una comunidad del Espíritu.

 Jesús tomó los panes, dijo la acción de gracias y los repartió a los que estaban recostados, y lo mismo todo lo que quisieron del pescado.

Jesús toma los panes de la comunidad, donde en la pobreza de los cinco panes y de los dos pescados, hará algo extraordinario, que manifestará la relación con el Padre Dios para dar de comer a la multitud. Con la acción de gracias que hace el Señor, queda manifestada la gratitud con la que el hombre debe entender que lo que posee también es un don de Dios. Con la acción de repartir, Jesús enseña que el hombre se puede liberar del acaparamiento egoísta, pues al compartir lo que se posee, se manifiesta la grandeza de su corazón y la importancia del amor. La generosidad del Señor se da a los hombres con abundancia, y no sustituye la colaboración de ellos, sino que es algo deben hacer juntos el hombre y Dios.

Al repartir Jesús mismo los panes, con ellos está demostrando la verdad de su servicio, el don de su propia vida. Jesús da en abundancia. Así enseña a la Iglesia la generosidad del Padre con la que se deberán comportar compartiendo sus dones. Beda el Venerable decía:

No se debe pasar por alto que cuando Jesús estaba a punto de ayudar a la multitud, dio gracias. Y lo hizo para enseñarnos a nosotros a dar gracias por los dones que recibimos y para indicarnos lo mucho que él se alegra de que a nosotros nos vaya bien[1]

Por su parte Efrén el Sirio decía:

Piensa como la potencia creadora del Señor está presente en cada cosa. Después de haber partido el pan, lo ha multiplicado. Lo que los hombres hacen y transforman en diez meses de trabajo, sus diez dedos lo han hecho en un instante. Como si fuera tierra, puso sus manos sobre el pan, y sus palabras fueron como un trueno y el murmullo de sus labios se esparce sobre eso como un rocío, el soplo de su boca fue como el sol e hizo en muy poco tiempo lo que alguien hace en mucho.[2]

Cuando se saciaron, dice a sus discípulos: «Recojan los pedazos que han sobrado; que nada se pierda». Los recogieron y llenaron doce canastos con los pedazos de los cinco panes de cebada que sobraron a los que habían comido.

Nada debe de perderse, los discípulos recogen lo que ha sobrado, el número doce al que se hace alusión, está relacionado con las doce tribus de Israel, que manifiesta que compartiendo se puede saciar el hambre de la nación entera. Los panes de cebada que recuerdan la historia de Eliseo en el Antiguo Testamento, aquí se muestra como signo de abundancia para que se pueda ver que lo ocurrido no es sólo un signo profético, sino también mesiánico.

La gente entonces, al ver el signo que había hecho, decía: «Este es verdaderamente el Profeta que va a venir al mundo». Jesús, sabiendo que iban a llevárselo para proclamarlo rey, se retiró otra vez a la montaña él solo.

La conclusión de los presentes, es que Jesús es el Profeta que habría de venir, y evidentemente al dar de comer a tanta gente, había renovado la experiencia del éxodo, y en particular el maná. Sin embargo ante la actitud de declararlo rey, Jesús decide separarse, porque este propósito es contrario al servicio que Jesús les ha enseñado. Para saciar a la multitud no partió de una actitud de superioridad y de fuerza, sino de debilidad y escasez representada por la figura del muchacho. Como estas personas pretenden cambiar su programa mesiánico, confiriéndole el poder que él no ha pedido, lo rechaza. Cristo pretende hacer un pueblo libre, y ellos quieren seguir siendo vasallos, ha querido asociarlos a su obra, y sin embargo ellos intentan descargar en un jefe su propia responsabilidad.

En este momento es cuando Jesús se retira, porque se repite la misma tentación del éxodo, cuando el pueblo terminó adorando a un becerro de oro que se adecuaba más a la idea de Dios que ellos querían, y de la misma manera, están ahora dispuestos a reconocer a Jesús, pero bajo los criterios que ellos se han hecho. La subida de Jesús al monte tiene que ver mucho con la cruz, porque es allí donde el Señor se manifestará como rey, y es allí donde está siempre con el Padre, en la esfera del amor fiel.

Es claro que el evangelio de hoy nos muestra, que Dios está siempre atento a las situaciones que vive el hombre, y que no es indiferente al sufrimiento, por eso él mismo se ha encargado de ofrecer esperanza y consuelo en las dificultades, a través de los cientos de santuarios que podemos encontrar en todo el mundo. Sin embargo, muchas veces olvidamos que también nosotros debemos poner nuestros cinco panes y dos pescados. No es bueno dejarle todo el trabajo a Dios, no porque él no pueda, sino porque nos ha dado la capacidad de poner también de nuestra parte.

A menudo nos desenvolvemos en un mundo donde la ley del mínimo esfuerzo es la que impera, el hombre de hoy quiero todo y rápido, hoy muchos niños sólo estiran la mano para pedir un celular, y la esconden cuando se trata de ayudar, en pocas palabras, no desean poner algo de sí mismos que se pueda multiplicar. Además, el evangelio de hoy nos coloca en sintonía con la vida, pues el alimento para eso sirve, para vivir. Ahora que estamos siendo atormentados con esta pandemia, con mucho dolor hemos visto como muchos seres queridos se nos han ido, haciéndonos considerar lo frágil que somos, y lo cuidadosos que debemos de ser con la vida. Pidámosle a Dios que podamos ser capaces de ofrecerle algo que él pueda multiplicar, para saciar el hambre de tanta gente, que ante el dolor y la desesperación, a veces no sabe qué rumbo seguir. Aprendamos que lo poco que damos, Dios lo multiplica y da con tanta generosidad que hasta sobra.

[1] Cf. Beda, Omelie sui Vangeli 2,2.

[2] Cf. Efrem  il Sirio, Commento al Diatessaron di Taziano. 12, 3.

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