Por: P. Rodolfo Orosco Gil.
Roma, Italia.
Hoy comenzamos un nuevo año litúrgico. El ciclo C, cuya característica es el evangelio de san Lucas que será proclamado cada domingo en la celebración eucarística. El nuevo año litúrgico siempre comienza con el adviento, y como ya en otros momentos he mencionado, este es el tiempo de la espera en sus dos dimensiones, la escatológica y la histórica. Es decir, como Iglesia cada año con el tiempo de la navidad recordamos el Nacimiento del Hijo de Dios, y para ello nos prepara el adviento, pero además la Iglesia también tiene presente la segunda venida del Salvador, de la cual no tenemos fecha, por eso mientras ese día no llega, el adviento será la expresión constante de la Iglesia que espera gozosa el regreso de su Señor.
La segunda venida del Hijo del Hombre es un tema muy importante en los llamados discursos escatológicos en la Sagrada Escritura, y en los Evangelios no es la excepción. En el corazón del hombre se encuentra ese constante deseo de estar con Dios. Por eso no debemos de olvidar, que de muchas formas Dios también hace todo lo posible para que eso se haga realidad, por ello hay que considera que la unión entre Dios y el hombre se ha dado y se da en distintos momentos. El primer contacto ha sido la encarnación; el segundo es nuestro presente, ya que cuando celebramos los sacramentos establecemos esa estrecha relación con Jesús, que nos hace experimentar a un Dios cercano y el tercero sería el día de nuestra muerte.
En aquel tiempo Jesús dijo a sus discípulos: «Habrá signos en el sol y la luna y las estrellas,
En primer lugar no olvidemos que estamos de frente a un lenguaje apocalíptico, que a través de expresiones que denotan signos muy conocidos, nosotros los lectores podemos llegar a las enseñanzas de trasfondo que los textos bíblicos nos quieren transmitir. De tal forma que al hablar Lucas del sol, la luna y las estrellas, no podemos dejar de ver en todos estos elementos naturales el sentido de la medida del tiempo; desde la antigüedad, hasta nuestros días se sabe perfectamente que el sol nos da la medida de los años, la luna la de los meses y las estrellas del universo, en pocas palabras estamos de frente a una mediad cósmica, que rebasa los parámetros convencionales de nuestro mundo. Si habrá signos en los astros, esto quiere decir, que más allá de una medida que el hombre le puede dar al tiempo, está muy por encima la eternidad de Dios, misma que no puede ser regida por nosotros.
San Ambrosio decía:
En efecto, como muchos se apartarán de la religión, la claridad de la fe se oscurecerá bajo la nube de la perfidia, ya que ese sol celestial aumentará o disminuirá para mí según sea mi fe. Porque del mismo modo cuando hay muchos que miran los rayos del sol de este mundo, éste se aparece más pálido o más brillante según la receptividad del espectador, así también la luz espiritual afecta a cada creyente según su devoción. Y así como la luna, en sus fases mensuales desaparece cuando la tierra se interpone entre ella y el sol, así también la Iglesia, cuando los vicios de la carne son un obstáculo para que les llegue la luz espiritual, no está capacitada para recibir el fulgor de la luz divina que brota de los rayos de Cristo. Pues en las persecuciones, el amor a esta vida es, con frecuencia, el único impedimento para que la claridad de Dios llegue hasta nosotros.[1]
…y en la tierra angustia de las gentes, perplejas por el estruendo del mar y el oleaje, desfalleciendo los hombres por el miedo y la ansiedad ante lo que se le viene encima al mundo, pues las potencias del cielo serán sacudidas.
¿De dónde proviene todo este temor? De aquel que no conoce a Dios, o que no quiere acercarse a él; también de quien se resiste a la paternidad del Señor e ignora lo importante que es, estar siempre con Dios. Si Jesús señala estos miedos en el hombre, eso quiere decir que él respeta la libertad de cada uno, sobre el hecho de acercarse a él o no. Pero si algo nos debe de quedar claro es que ese temor sólo se origina y crece en quien no tienen amistad con Dios. Porque Yahvé es el único que da la seguridad y felicidad al hombre. Quienes han escuchado el testimonio de los mártires cristianos antes de ser ejecutados en ellos se ha encontrado la sutil esperanza, que en medio de la dificultad y la tortura, encuentra la paz. La pregunta es: ¿Quiénes son los que experimentaran toda esa angustia? La respuesta es evidente. La angustia sólo será experimentada por aquellos que no han sabido amar y por ende no se han encontrado con Cristo, o no lo han querido recibir aunque él ya se les haya presentado de diversas formas.
San Cipriano decía:
El que sirve en la milicia de Dios, el que, incorporado en el ejercito del cielo, espera la recompensa divina debe reconocer, hermanos amadísimos, que no ha de haber en nosotros miedo alguno a las borrascas del mundo, ninguna vacilación, puesto que el Señor ha predicho y enseñado que sucedería esto, exhortando, instruyendo, preparando y fortificando a los fieles de su Iglesia con miras a soportar los acontecimientos del futuro.[2]
Toda esa forma violenta con la que describe san Lucas el fin de los tiempos, no es otra cosa que las seguridades que el hombre sin Dios tiene en la vida. Todo el sentido materialista del hombre es lo que se verá sacudido.
Entonces verán al hijo del hombre venir sobre una nube, con gran poder y gloria.
En medio de tanta dificultad, aparece Dios en la vida del hombre. Y esa es la manera tan evidente en la que podemos constatar que en verdad Dios se ha manifestado en la historia de la humanidad. Cuando todo parece estar en caos y destrucción, incluso cuando el hombre mismo se destruye, Dios siempre llega para poner fin a toda esa maldad que se ha desatado, incluso Dios es capaz de hacer surgir su presencia allí donde los malos o quien no tiene fe se lo podría imaginar. Preguntémonos por tanto: ¿Qué tan sensibles somos a todas esas manifestaciones del Señor? Quienes esperan o se imaginan un apocalipsis de película y sus comportamientos hacia el bien se mueven condicionados sólo por eso, naturalmente carecen de un verdadero encuentro con la Palabra de Dios, para escuchar lo de que de verdad nos dice, no lo que algunos dicen de ella, para sembrar temor y afirmar cosas que el Señor no ha revelado. Los signos apocalípticos deben de ser interpretados con fidelidad, y para ello se necesita la ciencia y la fe de aquellos que han reflexionado y estudiado este género literario, no de quienes movidos por el fanatismo y reduciendo los escritos a guiones cinematográficos provoquen una caótica desesperación en los humanos.
La nube como en otros pasajes de la Escritura es el lugar de la presencia de Dios (Lc 13, 35; Ez 24, 16), algo similar a lo que el mismo diácono Esteban logra contemplar el día de su martirio en los Hechos de los Apóstoles (Hch. 1, 9). No olvidemos por lo tanto que esa gloria y poder se manifiesta en los sacramentos.
Cuando empiece a suceder esto, levántense, alcen la cabeza; se acerca su liberación.
Naturalmente que ante el temor, el hombre tiende a minimizarse, a encorvarse, a agachar la cabeza ante lo que le da temor, por eso Jesús invita a quienes son sus discípulos, que delante de todos estos signos, no deben de tener miedo, sino por lo contrario levantar la cabeza; quizás esto podría ser una oportuna motivación cuando alguno de nosotros la está pasando mal en la vida y a veces parece que nunca encontraremos la salida a tales dificultades, quizás sólo falta eso, acercarse a Jesús para que nos diga que ya se acerca nuestra liberación, ya que si vivimos agachados, sin levantar la cabeza, no veremos oportunamente la presencia de Dios.
Para el cristiano el fin del mundo no representa un motivo de temor sino la alegría porque la opresión habrá llegado a su fin, como los hebreos en la noche de Pascua cuando esperaban la liberación de Egipto.
Tengan cuidado de ustedes, no sea que se emboten sus corazones por el libertinaje, borracheras y las inquietudes de la vida, y llegue de repente encima aquel día; porque caerá como un lazo sobre todos los habitantes de la tierra.
No es fácil guardar la mesura en medio de la desesperación, sin embargo el cristiano debe de estar siempre atento a eso. Por tal razón se podría decir que en este punto Jesús señala con claridad las conductas que debemos de evitar, si no queremos ser presas del miedo delante del caos, es claro que el libertinaje, es decir el berrinche de hacer lo que a mí me dé la gana; las borracheras, que no son otra cosa que la huida del mundo real o la fuga de las emociones mal encausadas y las inquietudes mal encausadas, que se pueden ver reflejas en el daño y dolor que provocan, son cosas que debemos evitar, y como son tan fáciles de practicar, es necesario estar atentos, y sobre todo atentos a nosotros mismos.
Estén pues despiertos en todo tiempo, pidiendo que puedan escapar de todo lo que está por suceder y manteniéndose en pie ante el Hijo del hombre»
Esta indicación de Jesús, es bastante clara, pide estar despiertos siempre, no para un día especifico, por eso la Iglesia en su calendario litúrgico año tras año con el adviento nos recuerda que no debemos de olvidar esta indicación. De esta manera comenzamos a vivir este nuevo y maravilloso tiempo; un nuevo año litúrgico de la mano de san Lucas, y su primera invitación es: a estar siempre despiertos.
[1] Cf. Ambrosio. Exposición sobre el Ev. de Lucas, 10, 36-37.
[2] Cf. Cipriano, sobre la mortalidad, 2.