Por: P. Rodolfo Orosco Gil
Roma, Italia.
Desde el domingo del buen Pastor, Jesús nos ha dado una seria de catequesis y recomendaciones que nos ayudan a entender la manera en cómo se relaciona con nosotros y al mismo tiempo la forma más acertada para corresponder a su amor. El domingo pasado con el relato de la vid, Jesús destacó lo importante que es el estar unidos a Él para vivir y dar frutos. De esta manera podemos entender que el buen pastor que conoce y ama a sus ovejas, y la vid que da vida a los sarmientos son ejemplos claros de los que significa estar unidos a Cristo. El domingo de hoy en continuidad con lo ya mencionado, a través del mandamiento del amor, nos enseña las características más significativas para convertirnos en verdaderos discípulos.
Como el Padre me ha amado, así los he amado yo, permanezcan en mi amor
No se puede negar a lo largo de la historia, que con la predicación de Jesús y los apóstoles, la humanidad entera poco a poco comenzó a tomar conciencia sobre la fraternidad que se debe enseñar y vivir entre los seres humanos. El evangelio de hoy comienza señalándonos perfectamente cuál es el modelo que debemos imitar para poder aprender y permanecer en el amor. Esta sería una de las razones más importantes del ejemplo de la vid, donde se insistía en la unión de los sarmientos a ella. Jesús comienza estableciendo que el modelo perfecto es el amor del Padre, quien nuevamente aparece en escena; hace ocho días era el viñador que cuida la vid y poda los sarmientos para que den buen fruto y en consecuencia de esto, se obtendrá un exquisito vino, símbolo de la alegría. Por su parte, en este relato, se nos enseña a reconocerlo como padre amoroso. En efecto el Padre celestial en su amor ilimitado hacia los hombres ha mandado a su propio hijo y lo ha plantado en el mundo cual vid fecunda que da frutos.
La riqueza de las enseñanzas de Cristo no puede pasar desapercibida. La novedad de su mensaje consiste en la revelación de un Padre celeste que ama a su Hijo unigénito y en él a toda la humanidad. Este hecho comparado con las mitologías, marca una perfecta distinción entre la revelación y el sólo intento del hombre por explicar lo divino. La paternidad de Dios dista mucho de aquello que nos cuentan los mitos griegos en la relación que tienen sus deidades con sus hijos. Por ejemplo en el mito de Cronos rey de los dioses, leemos que este dios se comía a sus propios hijos para evitar que alguno de ellos lo destronara tal y como él lo había hecho con su padre Urano. Y así comienza una guerra entre Zeus hijo de Cronos que por la protección de su madre pudo salvarse de ser comido. Una vez que éste pudo luchar contra su padre, libera a sus hermanos de las entrañas de Zeus, le hacen la guerra y lo encarcelan para dividirse la tierra entre ellos y ser dueños y señores de todo lo creado. Pero la historia no termina allí porque Zeus a su vez hace lo mismo, sólo que a diferencia de su padre Cronos y su abuelo Urano, éste se come incluso a su esposa cuando sabe que está embarazada. Se dice que un día escuchó un oráculo en el que se profetizaba que dos de sus hijos serían más fuertes que él, por lo que invadido por el temor de correr la misma suerte que su padre y su abuelo. Ordena a su esposa la diosa Metis que estaba embarazada a transformarse en una gota de agua para inmediatamente tomársela, creyendo así que resolvía su problema. Tiempo después unos dolores de cabeza se volvieron insoportables para el dios, ésta crecía de manera espeluznante y es entonces cuando el dios Efesto con un hacha hace una grieta en la cabeza de Zeus de donde emerge la diosa Atenea, quien hereda la fuerza de su padre y la belleza y sabiduría de su madre. Cómo podemos ver, este relato como muchos otros que encontraremos en diferentes culturas distan mucho del Dios bondadoso que nos ha revelado Jesús. Todos aquellas personas conocedoras de la mitología griega y adoradores de sus dioses, cuando escucharon las enseñanzas del evangelio, no pudieron evitar ser indiferentes a esta manera especial de como el Padre Dios se relaciona con la humanidad. Mismo que a su vez jamás vería al hombre como su rival. Por eso la novedad del evangelio está en la revelación de un Dios que la única condición que pone para relacionarnos con él, es el amor. San Basilio de Cesarea decía: “si no amamos conforme al mandato del Señor, entonces no tenemos ni siquiera el carácter que se nos ha impreso. Y si estamos repletos de soberbia y vanagloria hasta quedar ciegos, entonces caeremos en la inevitable condena del diablo”. (Cf. Basilio de Cesarea, Cartas, 56, 1)
Si guardan mis mandamientos, permanecerán en mi amor…
Si partimos del hecho de que el amor implica unión y permanencia, la pregunta es: ¿qué es lo que hace posible el estar unido a Cristo? La respuesta evidente es el amor. Resulta que en la predicación de Jesús, no hay otra forma más idónea para estar en comunión con Dios y con los hermanos, porque el amor rompe las barreras del egoísmo y hace que se voltee la mirada hacia los demás, y como en el ejemplo de la vid, donde hay muchos sarmientos, de la misma forma logremos ver que no somos los únicos, sino que todos formamos parte de la misma planta. Permanecer en el amor, necesariamente implica permanecer en comunión y esto se traduce en el amor a los demás. Motivo por el cual jamás el hombre atentaría contra su propio hermano.
El amor en el que tanto insiste Jesús, se expresa en la fidelidad, la cual se ve reflejada en la correcta observancia de los mandamientos. Tales preceptos no pueden ser reducidos a simples argumentos, sino que con espíritu de fe y obediencia deben ser llevados a la práctica. No olvidemos que sin amor, no se puede estar unido a Jesús y tampoco se logra tener una verdadera experiencia del Padre que se manifiesta en él. Es claro que la voz de Dios no puede ser fruto de la imaginación, sino de una llamada constante que experimentamos en la conciencia, de escuchar atentos el mensaje de aquel Dios, que siempre nos está insistiendo en que la mayor riqueza del hombre es el amor. Cuando las personas se vacían de este don, se llenan entonces de falsos dioses que ocupan el lugar del Padre y corrompen el corazón. Tal corrupción generalmente lleva a la destrucción, y lo que destruye es contrario al amor que construye.
Permanecer en Cristo, no puede significar ser fiel a un valor ético como podría ser clasificado el amor, tampoco el simple deleite de un sentimiento o emoción, sino de verdad fundamentar la existencia del ser humano en el amor que Cristo ha mostrado por cada persona.
Les he hablado de esto para que mi alegría esté en ustedes y su alegría llegue a plenitud
Muy unido a la enseñanza del amor, Jesús agrega la alegría, esta a su vez es la que se encarga de expresar incluso involuntariamente el amor que se lleva por dentro. El ángel Gabriel cuando le anuncia a María el misterio de la encarnación, el saludo con el que le manifiesta la gracia de Dios es ¡Alégrate María! Todo eso con justa razón nos ayuda a comprender que la alegría va muy unida al amor. Una persona que ama es alegre y una persona alegre siempre tiene amor en el corazón.
Amor más alegría necesariamente desembocan en la amistad y en la solidaridad que se ve manifestada en el hecho de hacer comunidad. El amor que Cristo nos enseña puede llegar a ser tan grande que hace posible dar la vida por los demás. El amor se ve reflejado en la amistad. Y esta amistad es tan significativa, que incluso la filosofía y la palabra filósofo en su etimología significan amigo. El filósofo es el amigo de la sabiduría y la filosofía es el amor o la amistad a ésta. Ante tal importancia que contiene este término, Jesús insiste en llamarnos amigos.
Cristo desea que el amor que está predicando a los discípulos se vea reflejado en la amistad entre ellos. Los discípulos con todo esto, no pueden ser percibidos como simples trabajadores, aliados, esclavos o subordinados, sino que más bien deben de experimentar la amistad del amigo que los ha llamado colocándolos a su mismo nivel. A Jesús no le interesa posicionarse delante de ellos como el capataz, emperador o rey que hace lo que le place y que jamás colocaría a los sirvientes en su mismo nivel. Por eso el Señor muy acertadamente insiste en la amistad, pues quien tiene la experiencia de contar con un amigo de verdad, se dará cuenta de lo significativo que es gozar de este beneficio. De la misma manera, el discípulo de Cristo jamás podrá rivalizar con otro si dentro de su corazón está el mensaje del evangelio. El signo más grande de la amistad se manifiesta, cuando el amigo revela a su amigo los secretos del corazón. Por eso el amor del cual habla Jesús no se impone, sino que se propone y es además el ejemplo más claro de fidelidad.
No debemos de olvidar que cualquier apostolado que se hace en nuestra iglesia, es una bella respuesta y evidente testimonio de amistad con Jesús. Si pensamos por ejemplo en las y los catequistas de nuestras parroquias, no podemos negar que quienes hemos sido formados en la fe a través de ellos, hemos podido heredar el amor y la devoción que ellos mismo sienten hacia Jesús. Este apostolado es tan importante que nadie escapa de él, pues tanto el Papa como los obispos, sacerdotes, religiosos, religiosas y teólogos, todos han sido parte de la tradicional catequesis de la iniciación cristiana. Por tanto este apostolado como muchos otros, para quienes los desempeñan, necesariamente requieren de una profunda amistad con Jesús. Ojalá que esto sea una motivación para quienes ayudan con este servicio en su parroquia. Y quienes han recibido la invitación se animen a formar parte de esta misión.
Este es mi mandamiento: que se amen unos a otros como yo los he amado
Esta sentencia de parte de Jesús es muy clara y responde sin rodeos a la pregunta sobre cómo debe de amar el hombre. Este mandamiento es un verdadero empuje a vernos entre nosotros como comunidad, pero no una comunidad cualquiera, sino aquella que se distinga claramente por el amor. Jesús no dice ámenme como yo los he amado, sino ámense como yo les he amado. En otras palabras el Señor está diciendo que el amor que se manifiesta entre nosotros es el mismo que Dios acepta como ofrenda hacia él. Decir simplemente que se ama a Dios es fácil, porque ello sólo implica la pronunciación de palabras, pero hacer vida ese amor hacia los demás, es lo que verdaderamente da testimonio de ello y eso es lo que hace que una comunidad sea auténtica.
Ya no les llamo siervos…
Convendría preguntarnos ¿Por qué Jesús hace tan evidente la diferencia entre siervo y amigo? La respuesta es clara, la amistad está basada en la confianza. San Agustín decía: “ya no les llamo siervos sino amigos’. Decía esto a quienes estaban revestidos de carne, destinados a morir, incluso colocados en la miseria y en la fragilidad de la vida presente. Y a estos amigos, ¿qué les dará? Lo que mostró en sí mismo una vez resucitado. Serán coronados y pasarán a la gloria del cielo y serán iguales a los ángeles de Dios”. (Cf. Agustín, Sermones, 45, 10.). Jesús también confía en nosotros, y de esa confianza nace la fe. Es común el pensar que la fe sólo puede ser expresada desde el hombre a Dios, y pocas veces nos detenemos a reflexionar que de la misma forma Dios también espera lo mismo del hombre. El evangelio de hoy nos enseña que también él confía en cada uno de sus amigos y por eso los llama así. Y si nosotros somos sus amigos, es evidente que el Señor cree en que haremos las cosas bien. Por eso de siervo se pasa a ser amigo. San Ireneo decía: “cuando dice: <ya no los llamo siervos> claramente da a entender que fue él mismo quien anteriormente sometió a los hombres por la Ley, como siervos de Dios, para luego darles la libertad. En aquello que dice: <porque el siervo no sabe lo que hace su Señor>, mediante su venida muestra cuán grande era la ignorancia del pueblo servil. Y al llamar amigos a sus discípulos, nítidamente muestra que él es la palabra de Dios, la misma que Abraham siguió voluntariamente y sin ataduras, por la generosidad de su fe, por lo cual se hizo amigo de Dios”. (Cf. Ireneo, contra las herejías, 4, 13, 4)
No me eligieron ustedes a mí, fui yo quien los eligió a ustedes…
Estas palabras del Señor derriban todo deseo perverso de querer apropiarse de su iglesia o simplemente figurar como protagonista en ella. Es cierto que más que nunca en este tiempo debemos de ser cuidadosos que ante tanto medio de comunicación, donde la presencia de muchos evangelizadores se hace notar, de verdad sea Cristo el motivo del medio y no la utilización de Cristo como si fuera una marca que debe producir publicidad para promocionar al evangelizador. No se puede reducir la evangelización a un simple video de entretenimiento en las redes sociales. El cristianismo no es más grande por el número de miembros que tenga, sino por la santidad de vida en ellos aunque sean pocos. Porque ésta es el claro distintivo de los amigos de Cristo. Si soy consciente de que el Señor es el que elige, jamás me convertiré en un obstáculo entre Jesús y aquellos a quienes él llama.
El evangelio nos deja claro que los discípulos no son jornaleros que suplican ser admitidos al trabajo, sino colaboradores elegidos por Jesús antes que ellos pudieran ofrecerse. No son admitidos en condiciones de inferioridad, sino en el plano de amistad y de ayuda. Jesús espera que todas las enseñanzas que les ha dado a sus amigos tenga un impacto verdadero que vaya cambiando la sociedad y que esos cambios no sean efímeros. De allí nace la importancia de dar frutos.
Ámense unos a otros
Esta insistencia de Jesús es tan importante que no deja de repetirla, por segunda vez aparece al final del relato, porque es verdad que nadie puede amar a Dios y odiar a su prójimo. Amarse los unos a los otros es el principal mandamiento de Jesús, porque sin el amor cualquier actividad o propósito que el hombre quiera realizar, está destinado a morir. San Agustín decía: “¿Quién es benigno si no ama al que socorre? ¿Quién se hace bueno si no es por el amor? ¿De qué provecho puede ser la fe que no obra por la caridad? ¿Qué utilidad puede haber en la mansedumbre si no es gobernada por el amor? Con razón el buen Maestro recomienda la caridad, como si sólo ella mereciese ser recomendada y sin la cual no pueden ser útiles los otros bienes ni puede estar separada de los otros bienes que hacen bueno al hombre”. (Cf. Agustín, Tratados sobre el Ev. de Juan, 87, 1). Que el amor de Cristo nos envuelva, para que podamos perdonar cuando sea necesario y así aprovechemos perfectamente todo lo que Dios nos concede en esta vida.