Por P. Rodolfo Orosco Gil
Roma, Italia.
Para comenzar a hablar del evangelio de este domingo, es necesario ubicar el contexto en el que Jesús dice lo que hoy se nos narra en él. Comencemos por recordar el episodio del templo cuando Jesús expulsó a los comerciantes y reprendió a las autoridades religiosas. Entre aquella narración y la de hoy, aparece en escena un fariseo llamado Nicodemo, que fue de noche a hablar con Jesús y comenzaron a tener un largo diálogo que incluye el pasaje de hoy.
¿Quién es Nicodemo? Se dice que es presentado como un hombre de aquellos de los cuales Jesús conoce lo que llevan dentro. Es uno de los descontentos con la situación que están viviendo. Ve en Jesús un mesías reformador. Al ser fariseo se distinguía por su adhesión y fidelidad a la Ley mosaica y la tradición interpretativa que sobre ella se había formado. Sus integrantes tenían un influjo sobre el pueblo por su fama de observancia y religiosidad. Esperaban y deseaban el reino de Dios. Era un hombre tan fiel a la Ley que en una ocasión aparecerá oponiéndose en nombre de ella a sus mismos compañeros. (Cf. Jn 7, 50 s). En la literatura cristiana aparece un evangelio apócrifo que lleva su nombre. Entre las muchas cosas que encontraremos en él será su intervención durante el juicio que Pilato está haciendo sobre Jesús. En ese pasaje aparece defendiendo al Señor argumentando lo siguiente: “Yo he dicho a los ancianos, a los sacerdotes, a los levitas y a toda las multitud de los judíos en la sinagoga: ¿Qué intención tienen respecto a este hombre? Este hombre hace muchos milagros y prodigios que ningún hombre ha hecho ni hará. Déjenlo libre y no provoquen ningún mal en contra de él. Si los prodigios vienen de Dios permanecerán, si vienen de los hombres desaparecerán. Los judíos llenos de cólera rechinaban los dientes contra Nicodemo. Al mismo tiempo que le decían toma tú su verdad y también lo que a él le espera. Nicodemo dice, así sea, asumo su suerte como ustedes dicen… (Cf. Vangelo di Nicodemo. V, 1-2). El relato continua y no podemos detenernos en él, cada uno por iniciativa propia, puede acercarse a este tipo de lectura y pedir la explicación de algún sacerdote, cuando algo nos parezca confuso, sobre todo porque hay que tener cuidado en interpretar estos textos dentro de su categoría de apócrifos, no como canónicos. Pues aunque la mayoría de ellos narran la vida y obras de Jesús, también es cierto que a veces resultan demasiado fantasiosos, dignos del guion de una buena película de ficción. Incluso algunos han sido catalogados como heréticos. Sin embargo aclarando esto, nuestro acercamiento a estos como literatura cristiana resulta ser interesante, porque no dejan de reflejar lo que algunos cristianos de su tiempo pensaban sobre Jesús, los apóstoles, la virgen María o San José.
Continuando con Nicodemo, también se dice que era un jefe de entre los judíos, es decir miembro del Gran Consejo (Sanedrín) que se integraba por los sacerdotes y ciertos fariseos como él. Los fariseos eran los más influyentes y dominaban a través del temor a los demás miembros del Consejo. Nicodemo por su parte es un fariseo influyente, y está en la línea de los que propugnan la reforma espiritual del pueblo. Impresionado por la actuación de Jesús en el Templo, quiso manifestarle que él y otro más están de su parte. Sin embargo va de noche, hecho que se ha interpretado como cierta resistencia que tenía a dejarse iluminar por Jesús, sin embargo también muestra alguna disposición de querer acercarse a la luz. San Beda decía: “Este judío influyente vino a Jesús por la noche, con el deseo de conocer mejor en conversación discreta con Cristo los misterios de la fe, que había comenzado a percibir al ver los signos que estaba haciendo a plena luz”. (Cf. Beda, Exposición sobre le Ev de Juan, 3)
Llama a Jesús Rabbí, término usado comúnmente con los letrados o doctores de Ley. Este fariseo ve en Jesús a un maestro excepcional, porque según el uso judío, maestro era aquel que a partir de la Ley mostraba el camino de Dios, reconoce por tanto la superioridad de Jesús y no lo trata como colega. Pero con la denominación “maestro” lo coloca en una categoría a la que ellos pertenecen: es el Mesías-maestro respaldado por Dios para interpretar la Ley. En estas condiciones él y los otros están dispuestos a seguir sus enseñanzas. Nicodemo logra ver en las acciones de Jesús el respaldo de Dios y que ha sido enviado por él, además interpretó que el comportamiento de Jesús en el templo no fue un arrebato de ira sino un proceder justo que se fundamentaba en una denuncia totalmente valida, porque un hombre sin estar apoyado por Dios no podría atreverse a tanto.
En este contexto ya señalado, ubicamos perfectamente el texto del evangelio de hoy, donde Jesús comienza haciendo la comparación entre la acción de Moisés y lo que sucederá con él. El triunfo de Cristo es la cruz, al ser levantado en alto, porque este hecho será el comienzo de la efusión de amor y vida que ha de durar para siempre. En ella se nos manifestará su gloria y la del Padre. Para ilustrar esto que está diciendo Jesús, cita el pasaje del libro de los Números, cuando Moisés ante la plaga de serpientes venenosas por indicación de Dios hace una serpiente de bronce y la levanta en un poste. Quien era mordido al mirar la serpiente vivía. San Justino decía: “Moisés no nos enseña a creer en la serpiente que fue maldita, sino a creer en quien se hizo maldición por nosotros para quebrantar el poder de la serpiente”. En ese caso esa vida que se daba era transitoria, con Cristo es definitiva. La humanidad podrá comprender el evento escandaloso y desconcertante de la salvación por medio de la cruz que cura los males, como los hebreos fueron curados en el desierto cuando Moisés hizo la serpiente de bronce. Efrén de Nisibi decía: “La naturaleza de la serpiente de bronce es símbolo de la de Cristo. Esta serpiente de bronce, impasible por naturaleza, es decir que no es afectada, muestra bien claro que quien ha de sufrir en la crucifixión es también inmortal por naturaleza”. (Cf. Efrén de Nisi, Comentario al Diatessaron, 16, 15). Este es un signo para todos aquellos que tienen la sensibilidad, la disposición y el deseo de querer ver el actuar de Dios a través de los signos que revela. ¿Qué tenemos que aprender de este ejemplo? Que de la misma forma cada uno de nosotros debe detenerse un momento y fijar la mirada en Cristo crucificado, verdadero acto de fe que comunica la vida eterna. Porque en este lugar Jesús manifiesta al mundo su obediencia al Padre y revela con el sacrificio de su vida el amor que Dios da a cada uno. San Ambrosio decía: “ambas naturalezas ascienden y descienden. Se dice que el Señor de la majestad fue crucificado, porque participa de ambas naturalezas, esto es de la naturaleza humana y divina. En la naturaleza de hombre soportó la pasión, de modo que indistintamente se pueda decir también que el Señor de la majestad es el que ha padecido”. (Cf. Ambrosio, Sobre la fe, 2, 7, 58).
El amor del Padre dona al Hijo para destruir el pecado y la muerte. San Juan Crisóstomo comentaba: “Es impresionante pensar que el Padre entregó a su Hijo Unigénito. No a un siervo, a un ángel o aun arcángel. Ningún padre ha sentido tanto amor por sus propios hijos como Dios por sus siervos ingratos” Esta es la manifestación de un Dios que es amor. La misión de Jesús es la de dar la salvación. Con la fe, el hombre puede aceptar este acto de amor de Dios y puede dejarse transformar por él, que se ha manifestado desde la encarnación hasta la cruz. Aquí es donde el hombre toma la elección más importante, aceptar o rechazar el amor de un Padre que se ha revelado en Cristo. ¿Porqué existe el mal? Porque este amor no se impone, sino se propone y ante esta propuesta cada persona es libre de aceptar o no la presencia de Dios en su vida. San Clemente decía que nosotros pecamos por nuestra propia decisión. Por eso quien cree en Jesús no puede ser condenado, quien lo rechaza automáticamente se condena, porque no deja actuar en su vida al Señor, al rechazarlo por completo. Por eso san Ireneo decía que la separación de Dios es obra nuestra. La responsabilidad recae sobre el hombre, no sobre Dios porque su amor no hace excepciones. Jesús levantado en alto toma su puesto: la conducta del Hombre está guiada y juzgada por esta luz resplandor de su amor al hombre, es ella la única norma y la que descubre la bondad o la maldad de las acciones.
El amor de Dios fue el motivo para enviar a su Hijo cuya finalidad es salvar a la humanidad. Isaac de Nínive decía: “El Padre envío a su Hijo no porque fuera incapaz de salvarnos de otra manera, sino porque de este modo podía darnos muestras de su abundante amor”. (Cf. Isaac de Nínive, Homilías ascéticas, 74). El Mesías no trae una misión judicial ni excluye a nadie. La salvación está destinada a la humanidad entera. Jesús mismo es la luz que ilumina a todo hombre, por tanto las tinieblas son el origen del juicio del hombre, la incredulidad es la causa de esta condena, la pregunta siempre será el por qué a los hombres les ha fascinado más la oscuridad que la luz. San Juan Crisóstomo comentaba: “La luz es el peor enemigo para los que optan por permanecer en la maldad y la rebelión”. El amor o el odio a la luz tienen su raíz en el modo de obrar. Acercarse a la luz es abandonar las tinieblas. Nicodemo que fue de noche a ver a Jesús iba identificado con las tinieblas. Quizás la respuesta la encontramos en el hecho de que el corazón del malvado está encerrado en sí mismo y sordo a la palabra de Cristo. En este mismo evangelio, en el prólogo los que contemplan su gloria, son los que han recibido de su plenitud un amor que corresponde a su amor. Penetrar en los misterios de Dios es convertirse en verdadero sabio. Entrar en la escuela de Jesús como lo ha hecho Nicodemo, para buscar el reino de Dios, significa para cada comunidad de fe, convertirse en la comunidad de los confidentes de Dios. San Beda decía: “Jesús enseñó a Nicodemo el sentido espiritual de la ley. El Señor conduce con arte admirable de magisterio celestial a un maestro de la ley mosaica, llevándolo al sentido espiritual de esa ley al recordar una historia antigua, que le explica como figura de su pasión y de la salvación humana”. (Cf. Beda, Homilías sobre los evangelios, 2, 18)
Es cierto que todo el que obra con bajeza odia la luz, porque ella expone y denuncia la maldad oculta, por ello su respuesta más inmediata al amor de Dios es el odio. La opción por las tinieblas no se hace por el valor que tengan en sí mismas, sino por odio a la luz, y este nace por miedo a ser desenmascarado. Hay una repulsión a la vida en aquel que es cómplice de la muerte. Se odia la bondad de la luz, porque la maldad no puede soportar verla. Acercarse a la luz, equivale acercarse a Jesús.
Es así como en este domingo que también es llamado del Laetare, cuyo significado es Alégrate, porque ya esta está cerca la pascua, el Señor nos ha catequizado sobre lo significativo que es su obra salvadora manifestada en la cruz. El cristiano de ayer como el de hoy, cada que hace memoria de este recuerdo, es remitido inmediatamente al amor que él tiene por nosotros. Esto nos explica perfectamente, por qué muchos cristianos piadosos encuentran consuelo, ayuda, fortaleza, esperanza y fe en innumerables imágenes religiosas de Cristo crucificado que se veneran en todo el mundo, y que de manera particular en México, este fervor es muy marcado; pues basta recordar las innumerables peregrinaciones que se desbordan para visitar al Señor de Chalma en el Edo. de México. El Señor de los Milagros en Michoacán. El Cristo de los brazos caídos en Jalisco. El Señor del Veneno en la catedral de la ciudad de México, el Cristo doblado de la Basílica de Guadalupe o el Señor de Tejalpa en Puebla, sólo por citar algunas. Todas estas imágenes en extremo milagrosas y dignas de respeto para la fe católica, son una prueba evidente de que en verdad Dios cumple su palabra, pues cada vez que algún feligrés se siente desesperado, enfermo, desamparado se acerca a ellas para pedir su auxilio y perdón, y el Señor de muy buena gana escucha las plegarias de todos aquellos que con fe buscan su luz. Por este motivo durante la cuaresma, si existe la oportunidad de visitar algún santuario de Cristo, ahora tenemos muchos elementos que nos ayudarán a comprender mejor el valor salvífico que esas imágenes representan.
Que en este cuarto domingo, no olvidemos que en nuestro camino hacia la pascua, el evangelio nos sigue motivando para tener la certeza que somos discípulos de un Maestro que ha dado todo por nosotros.