En tiempos difíciles, la Esperanza nos fortalece
Por: Seminarista Francisco Sampieri
El 19 de marzo del 2020, a través de un mensaje, me pidieron contar un poco sobre cómo se vivía la cuarentena en un país como Italia. Escribí estas líneas el día en que cumplí dos semanas sin salir a la calle.
Hoy, a un año, el mensaje sigue siendo vigente…
Definitivamente está siendo para mí una cuaresma diferente e inolvidable.
Las clases en mi universidad (de manera presencial) se suspendieron; pero no se suspendió el plan de estudios: Todo el trabajo continúa a través de medios digitales y plataformas didácticas.
Se vive el desierto
Cada año, la Iglesia nos invita a ir con Jesús al “desierto” durante estos 40 días que nos preparan para la Pascua. Pareciera que el desierto “vino” a nosotros, en las calles no hay ni gente ni ruido. Y esto, aunque puede sonar difícil, cuando se afronta sabiendo que Dios acompañó a su pueblo también en el desierto, cuando se le da un sentido, trasciende y se hace llevadero. Me gustaría enlistar algunos aprendizajes puntuales que, dialogando con algunos sacerdotes y seminaristas de otros países, hemos identificado como preciosos y fuertes mensajes que la situación límite nos ha permitido entender, muchos de los cuales, desde siempre, el itinerario de la Cuaresma nos había invitado a vivir:
“Polvo eres y en polvo te convertirás” (Gn 3, 19).
Más que nunca el recordatorio que la liturgia nos hizo al iniciar la Cuaresma resuena en nuestros corazones. Nos damos cuenta de que somos más débiles de lo que creemos. Esta enfermedad ha sido un enorme recordatorio de nuestro ser criaturas, nuestro ser frágiles. Algo que ni siquiera vemos paralizó al planeta entero. En otras palabras, necesitamos a Dios, una lección de humildad.
“No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios” (Mt 4, 4).
Ante una situación de emergencia, las compras de pánico no se ausentaron. Inmediatamente muchos, preocupados por su subsistencia, vaciaron los supermercados para llevar el “pan” a sus mesas y asegurarlo durante lo que durará el problema. Pese a esto, muchos se percataron que “despensa llena” no quiere decir “corazón contento”. La distancia entre los seres queridos y la total impotencia ante lo que sucede hizo que manifestaciones religiosas y de piedad popular aparecieran por doquier. Hay hambre de Dios.
“Si un miembro padece, todos los miembros padecen con él” (1Co 12, 20.26). En el vertiginoso ritmo de la cotidianidad, muchos habíamos olvidado cuán necesitados estamos los unos de los otros. No somos autosuficientes. Para que nuestra vida siga el ritmo que tiene normalmente, miles de personas trabajan tejiendo una bellísima red de relaciones interpersonales. El decir “no necesito de nadie” o “no es mi problema” no es posible, aunque nuestra falsa autosuficiencia y nuestra ciega soberbia nos quieran convencer de eso en días sin urgencia.
“El que es fiel en lo poco, es fiel en lo mucho” (Lc 16, 10).
Ahora que la celebración dominical, el tiempo de oración diario, la meditación personal, entre otras cosas que tienen que ver con nuestra relación con Dios no tienen horarios; ahora que no hay campanadas ni “cosas que hacer” después de ir a misa, ¿nuestra vida espiritual es fiel y constante? Ahora que no es válido el decir “es que no tengo tiempo”, ¿ocupamos ese exceso de tiempo para hablar con Él?
“Por eso, teniendo este ministerio por la misericordia que se nos hizo, no desfallecemos” (2Co 4, 1). Obispos, sacerdotes y religiosos han hecho de todo para confortar a sus fieles a través de la transmisión de las celebraciones. Han ideado modos para que la comunión llegue a los enfermos, para que la oración no se detenga. A los consagrados este periodo les recuerda que su vida es para el Pueblo de Dios. De manera análoga podemos decir lo mismo de todo el personal sanitario que arriesga su vida, fieles a su vocación. ¡Vale la pena ser fieles al lado que cada uno recibió para ser santo!
Del Calvario a la Resurrección.
La música, los aplausos, los cantos, la creatividad que se vuelve viral y diversas manifestaciones que se dan desde los balcones de la gente para animarse unos a otros, inflaman la esperanza de todos, recordándonos que la luz brilla a pesar de que las tinieblas sean muchas. De la mano de Dios y haciendo lo que nos toca, hay esperanza.