domingo, noviembre 17, 2024
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Pbro. Rodolfo Orosco Gil

Roma, Italia.

El evangelio de este domingo, nos sitúa en los últimos momentos de Juan el Bautista, que como bien sabemos, muere decapitado por órdenes de Herodes para complacer a la hija de Herodías. Quizás hasta este momento, se da a entender que el final del Bautista es trágico y desalentador, pues muere a causa de una actitud hostil por parte de aquellos que vivían en pecado. Pareciera por lo tanto que el mal triunfa sobre el bien, que a los malos les va bien y a los buenos les va mal; porque es común que los malvados piensen que con la muerte se pone fin a quienes les estorban, mientras que los cristianos sabemos que con la muerte comienza la vida en su plenitud.

¿Cómo podría ser interpretada la muerte del Bautista? Como el triunfo de la verdad sobre la mentira, la prepotencia y la injusticia. Todo esto visto desde el evangelio, es sinónimo de heroísmo, pues el evangelio nos enseña que la verdad siempre vencerá. Para los años de la redacción y difusión del evangelio de Marcos, donde la iglesia estaba siendo perseguida, primero por los judíos y después por los romanos, encontrarse con este pasaje sobre la muerte de Juan, era muy alentador, pues sabían que un verdadero testigo de la verdad, debía serlo a tal punto de dar su vida por ella. Ya que, al morir como Mártir, habría dado la mayor prueba de amor y fidelidad a Jesús, y Juan fue un claro ejemplo de ello. Fue testigo de la verdad, pues además de vivir en ella toda su vida, le fue fiel hasta muerte. Para entender un poco las palabras, hay que decir que el término mártir proviene del griego Μάρτυς (Martιs) que significa testigo, y de Μαρτυρία, que quiere decir testimonio, por tal razón decimos que el Bautista es un Mártir. Y los mártires de ninguna manera fueron hombres y mujeres cobardes, no sufrieron el martirio, llenos de temor, llorando o lamentándose, basta leer un poco la historia de Perpetua y Felicitas, que está por demás decir lo fascinante que es su testimonio, o por ejemplo el de san Policarpo de Esmirna que en su vejez no pretendía dar un paso atrás para renegar del evangelio. Todos los auténticos cristianos de aquel tiempo consideraban que el martirio era la forma perfecta para dar testimonio de Cristo. Así que lejos de considerar que el final del Bautista era trágico y un fracaso, para la iglesia de los primeros siglos que conocía su historia era todo lo contrario, Juan se convertía en una modelo de inspiración para dar testimonio de la verdad.

El martirio de Juan por defender la verdad no era para nada algo extraño y podríamos decir que se colocaba a la par de lo que ya había sucedido con otros personajes de la antigüedad, pensemos por ejemplo en el filósofo Sócrates, que fue condenado en su tiempo por enseñar la verdad, acusado falsamente de corromper a los jóvenes y abandonar el culto a los dioses, 500 jueces no pudieron debatir la filosofía del sabio, la necedad se impuso, Sócrates  consciente de la ignorancia de esas personas, a tal punto que se los hace saber, les demuestra que están equivocados, destruye con sabiduría las acusaciones, y sin embargo lo que ellos deseaban era darle muerte porque les estorbaba y al final lo consiguen, el filósofo es condenado a beber la sicuta, no sin antes decirles lo siguiente: …sobre quien tiene la mejor parte de esta discusión, al final ¡sólo los dioses lo saben! Esto que he citado, es una motivación para leer algún día la Apología de Sócrates en los diálogos de Platón y saborear todo el conocimiento que allí se enseña. El mismo San Justino decía que Sócrates era un ejemplo emblemático que sabe conformar su vida moral a los dictámenes de la razón, capaz de comprender a Dios, incluso decía que podía ser considerado cristiano en el sentido de que siempre fue testigo de la Verdad y como ya hemos escuchado en otro momento, Jesús es la verdad. Con la muerte de Juan se cierra todo el ciclo profético, él es el último de los profetas que no sólo anuncia al Mesías, sino que además lo presenta al pueblo. Ahora se abre paso a la predicación de Jesús.

Dice san Marcos que después de todos estos acontecimientos, Jesús se dirige a Galilea y comienza a predicar el Evangelio de Dios. Llama la atención el énfasis que recae sobre este lugar al ser nombrado en más de una ocasión, pues se dice que Jesús de Galilea se trasladó hasta donde estaba Juan para ser bautizado, ahora vuelve a Galilea para empezar a anunciar la Buena Nueva, y al final del evangelio de Marcos, él se encontrará con sus discípulos en Galilea. Hasta este punto hay que entender que esta ciudad es el lugar de origen de Jesús y de sus primeros discípulos, hay exégetas que atribuyen a esta región, un significado teológico, es considerado el centro de la difusión del evangelio. Por eso llama la atención que para el mundo judío, es todo lo contrario, pues es considerada una ciudad marginal y despreciable, basta recordar el evangelio de Juan donde se dice: ¿Acaso va a venir de Galilea el Cristo? Y los fariseos por su parte cuestionan a Nicodemo diciéndole ¿También tú eres de Galilea? Indaga y veras que de galilea no sale ningún profeta. Jn 7, 41.52. Todo esto nos hace pensar el ambiente en el que Jesús comienza su predicación, una región en la que además de judíos, también había comunidades de origen helénico, por lo que se empieza a entender que el evangelio no solamente será proclamado para que lo escuche el pueblo elegido, sino para que de cierta manera empiece a resonar entre los gentiles.

Jesús decía: se ha cumplido el tiempo y está cerca el reino de Dios. El evangelio en griego utiliza el verbo Πεπλήρωται (Peplérotai) que viene de Πληρόω (Pleroo) que significa, llenar, completar, cumplir, realizar, por lo que nos invita a considerar que con la presencia de Jesús todas estas características se cumplen a la perfección, en otras palabras, todo lo que la ley y los profetas decían de él, se lleva a plenitud, ya no hace falta nada. Por lo que se cierra la Antigua Alianza y se abre paso a la Nueva. Aquí aparece por primera vez la expresión: Reino de Dios, al respecto san Jerónimo decía: he leído la Ley, a los profetas, los salmos, pero hasta donde recuerdo, jamás he encontrado la expresión reino de Dios. Jesús señala dos acciones concretas: arrepiéntanse, conviértanse y crean en el evangelio, las primeras palabras vienen del griego Μετανοέω, (Metanoeo) que a su vez se compone de las palabras μετά, que quiere decir, después, más allá de… νοέω que significa pensar, por lo que la palabra se vuelve desafiante, nos está invitando a ir más allá de nuestras estructuras erroneas de pensamiento, en esta invitación de Jesús no cabe la expresión de: Genio y figura hasta la sepultura” o la otra que dice: así soy y así moriré”. En la mentalidad de Jesús, es necesario cambiar radicalmente todas esas estructuras que tenemos en la mente que quizás han envejecido o nos han estancado, el cristiano debe de ver más allá de lo que el mundo le presenta, debe de aprender a ir a lo esencial, a lo que de verdad le da vida, lo cultiva y lo nutre, el verdadero arrepentimiento no se reduce a las palabras, sino al origen de ellas, al pensamiento, a la mente, es para un ente que razona y aspira a una vida mejor. El siguiente verbo que utiliza Jesús es Πιστεύετε (Pistéute) que viene de Πιστεύω (Pisteuo), que significa: tener fe, confiar, creer, acoger como verdadero. Porque la buena noticia de Jesús implica todo esto, el hombre que tiene fe, es aquel que puede entrar en amistad con Dios, es el que se dispone a escuchar, celebrar y hacer vida su Palabra. Lamentablemente para algunos, la fe a veces se ha convertido en un enemigo a vencer, lo cierto es que, a pesar de eso, muchas personas siguen creyendo, aunque haya sido desacreditada y negada por aquellos que profesan un racionalismo extremo, sin darse cuenta que esa pertenencia extrema a esta postura implica ya un acto de fe, porque sin darte cuenta crees ciegamenete en eso que piensas. La fe y la razón van de la mano, son las dos alas del conocimiento que nos acercan a Dios como lo decía San Juan Pablo II en su encíclica fe y razón. Y hoy Jesús nos insiste en eso, el convertirse implica un acto de la mente, el ser conscientes, el pensar, reflexionar que va de la mano con el acto de creer, con la fe. Por lo que hay que decir que aquellos que dicen que tener fe es para gente inculta, sólo reflejan el extremo fideísmo que profesan por el materialismo y la tecnología, pero no por la verdad. Entendamos por fideísmo aquella teoría que da preferencia a la “fe” dicha no en términos cristianos y desprecia el conocimiento, y eso es exactamente lo que hacen aquellos que creen que sólo la razón es válida y la divorcian de la verdadera Fe. Jesús nos ha enseñado por tanto que buscar la verdad sólo por la razón y sin la fe, no te hace más inteligente, pero que, si las unes, entonces te vuelves sabio.

Creer en Jesús implica dar una gran oportunidad a la fe y a la razón, porque para debatir objetivamente el pensamiento cristiano, se necesita conocer con mayor certeza la doctrina del evangelio y no podemos negar que eso ya implica como diría la lógica, el tercer acto de la mente: el raciocinio. Por ello si piensas que acercarte a Jesús te va a despojar de los conocimientos que has adquirido estás completamente equivocado. Los conocimientos que san Justino tenia de la filosofía, antes de ser cristiano le hicieron comprender todas las verdades reveladas en las Sagradas Escrituras, a tal grado que se convirtió en uno de los grandes defensores de la fe. De lo que hay que decir, que como cristianos para profesar nuestra fe, debemos de dar una paso más y acercarnos a la lectura, debemos darnos de vez en cuando una vuelta por alguna librería Católica para comprar un libro que nos ayude a conocer más sobre Dios, la Sagrada Escritura y el cristianismo, indudablemente que no es una tarea fácil, porque a veces pensamos que leer es una pérdida de tiempo y hay quienes leyendo se quedan dormidos, pero entonces ¿Dónde queda la conversión? ¿Dónde radica la voluntad de ser mejor? Podrías decir en este momento ¿Cuántos libros has leído? O ¿Qué libro estás leyendo?

La tercera parte del evangelio tiene que ver con la vocación de los discípulos, a quienes Jesús llama para hacer comunidad, para ser los primeros testigos de lo que hará. Eusebio de Cesárea decía al respecto que este pasaje nos hace pensar en la fuerza que poseía aquel que convoca en torno suyo a hombres simples en la vida cotidiana, a pescadores, pobres de medios, pero que se sirve de ellos para hacer una obra que supera el humano entendimiento, hombres que después se convertirán en maestros, que no habían sido instruidos en la ley, pero que de este modo Jesús demostrara, el carácter divino de su proyecto. Ya el domingo pasado meditábamos otro poco sobre lo que significa ser discípulo de Cristo.

En la lectura del profeta Jonás, escuchamos aquel anuncio reconciliador que el enviado de Dios hace para salvar al pueblo del castigo merecido, Nínive se convierte y cree en el mensaje salvador y se libra de la calamidad, no sólo lo hacen de palabra, sino que se proponen acciones concretas para demostrar su arrepentimiento y declaran su fe. Si este pueblo de la Antigua Alianza se convirtió con el anuncio de Jonás, con cuanta mayor razón nosotros nos deberíamos de convertir con la predicación de Jesucristo. Por su parte, la segunda lectura de San Pablo a los Corintios, nos recuerda lo efímero y pasajero que es la vida, sabiendo que algunos apegos a personas, a las cosas nos pueden enajenar y nos hacen olvidarnos de lo sobrenatural, el mundo pasa cada día, pero aquello que proviene de Dios, siempre permanece.

Por lo tanto, si queremos ser testigos del evangelio, debemos de convertirnos y creer en Jesús, para formar parte del grupo apostólico de nuestro tiempo que nos convierte en verdaderos pescadores de hombres, cada uno de nosotros sabe perfectamente que es aquello que nos estorba en la vida para ser auténticos cristianos.

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