Es la transmisión viva y continua de la predicación apostólica –expresada de modo especial en la Sagrada Escritura–, llevada a cabo en el Espíritu Santo por los sucesores de los apóstoles, hasta el final de los tiempos. Por la tradición, la Iglesia conserva y transmite a todas las edades lo que es y lo que cree, con su enseñanza, su vida y su culto. Las enseñanzas de los Santos Padres testifican su presencia viva, con tesoros que se comunican a la práctica y a la vida de la Iglesia.
La Sagrada Tradición y la Sagrada Escritura constituyen un solo depósito sagrado de la palabra de Dios, confiado a la Iglesia. El oficio de interpretar auténticamente la palabra de Dios escrita o transmitida ha sido confiado únicamente al magisterio vivo de la Iglesia, y su contenido se ha de creer con fe divina y católica, y en él se debe fundar el ministerio de la palabra.
Es preciso distinguir la Tradición apostólica de las “tradiciones” teológicas, disciplinares, litúrgicas o devocionales, nacidas en el transcurso del tiempo en las Iglesias locales: constituyen expresiones de la gran Tradición según los diversos lugares y épocas, y sólo a la luz de ésta pueden ser mantenidas aquellas bajo la guía del magisterio de la Iglesia.
Una de las “tradiciones” es la tradición canónica, que constituye un criterio de interpretación de los cánones del Código de Derecho Canónico, en la medida en que reproducen el derecho antiguo. Esta tradición, que puede considerarse en los niveles universal y local, consiste en el conjunto de instituciones, principios y normas que desde la antigüedad conforman la continuidad de la vida de la Iglesia, desde una visión jurídico-canónica. Su conocimiento se alcanza desde las leyes, las costumbres, la jurisprudencia y la praxis constante de la curia romana, y la doctrina común y reiterada.
Fuentes: Const. Ap. Dei Verbum n. 8-10; Catecismo de la Iglesia Católica n. 74-83; CIC cc. 6 §2, 750, 760