DOMINGO XXVI DEL TIEMPO DURANTE EL AÑO. Ciclo C
Por: Pbro. José Ignacio Martínez Aurioles. T. B. L
“TÚ RECIBISTE BIENES, Y LÁZARO MALES, AHORA Él ES CONSOLADO”
Lee los textos detenidamente,
sigue el orden en que se proponen,
“deja que resuenen en tu corazón”
y después,
profundízalos con los comentarios…
Aclamación antes del Evangelio:
2 Co 8,9: Jesucristo siendo rico, se hizo pobre,
para enriquecernos con su pobreza
Evangelio:
Lc 16,19-31: Recibiste bienes, y Lázaro males,
ahora él es consolado, y tu sufres tormentos.
1ª Lectura:
Am 6,1a.4-7: Los que llevan una vida disoluta, irán al destierro
Salmo responsorial:
Sal 145,7.8-9a.9bc-10
Estribillo: Alaba al Señor alma mía
2ª Lectura:
1 Tm 6,11-16: Cumple todo lo mandado,
hasta la venida de Nuestro Señor Jesucristo.
Antífona de la comunión:
1 Jn 3,16: Hemos conocido lo que es el amor de Dios,
en que dio su vida por nosotros.
Por eso también nosotros, debemos dar la vida por nuestros hermanos.
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Contexto celebrativo
Convocados por el Señor para celebrar, y experimentar su presencia salvadora, en este Domingo XXVI del Tiempo durante el año, nos congregamos en torno a su mesa para celebrar el Sacramento de nuestra fe.
En los Domingos anteriores Jesús nos llamó a llevar la cruz, signo del amor hasta el extremo, que tenemos que compartir con Él, pues la cruz es amor incondicional, entrega total al Señor, y a nuestros hermanos como testigos de su Amor, asumiendo las consecuencias, tal como lo hizo Jesús. Esta cruz implica por tanto renunciar a todo lo que nos impida entregarnos incondicionalmente a Él, a su Palabra, al servicio del amor, y la entrega a los hermanos, para que también ellos alcancen la salvación.
Hemos experimentado con las parábolas de la Misericordia, el amor compasivo, y delicado de Jesús, que se hace pecado, para que con Él podamos retornar a la casa, y al encuentro definitivo con el Padre.
Nos ha dejado claro que no se puede servir a Dios, y al “dinero”. Si queremos servir a Jesús, y alcanzar la salvación, entonces tenemos que reconocer que los bienes que pone en nuestra manos, son para administrarlos, y para compartir con los hermanos más necesitados, y no son para acaparar, y endiosarlos. Así como Dios nos entregó a su Hijo Único, su Amado, su Complacencia, para nuestra salvación, también nosotros tenemos que entregarnos, y servir a nuestros hermanos, para que vivan dignamente, y alcancen también su salvación.
Hoy vuelve a resonar el llamado a la compasión, y la solidaridad, compartiendo las necesidades, limitaciones, y sufrimientos de quienes están a nuestro lado, pues de esa solidaridad dependerá nuestra salvación eterna.
Aclamación
La aclamación de este Domingo, es la misma de Domingo pasado.
Como clave de lectura, nos marca la línea celebrativa, y el sentido que hoy tiene nuestro encuentro con Jesús. Nos hace experimentar su presencia, viva, y actual en el Evangelio, y en esta celebración, así lo reconocemos, y aclamamos con el Aleluya, que nos dispone para el encuentro con Él, y haciendo nuestra, la afirmación que hace el apóstol Pablo: “Jesucristo, siendo rico, se hizo pobre, para enriquecernos con su pobreza”.
La pobreza de Jesús, no se queda en la limitación de las cosas materiales, es la pobreza del vaciarse de sí mismo, de abandonarse, y entregarse a la voluntad, y a la misión que el Padre le ha confiado: llevar a cabo la obra de nuestra salvación. En su entrega, donación, y sacrificio está nuestra riqueza: la salvación, la liberación del pecado, y de la muerte.
Como Él, también nosotros tenemos que vaciarnos de nosotros mismos, de nuestra autosuficiencia, para entregarnos solidariamente a los hermanos, en especial a los que más necesidades tienen, material, y espiritualmente, no solo dando cosas, sino con un auténtico amor solidario.
Esta actitud de Jesús la encontramos en textos como: Flp 2,6-11; Mt 8,20; y como actitud propia de su comunidad, cfr. Mc 12,44-45; 1 Co 16,1-4.
Evangelio
En el Evangelio de este domingo, Jesús nos propone una parábola para hacernos comprender, y vivir, como también lo hacia el domingo pasado, la exigencia de la solidaridad, la fraternidad, el interés por los que están a nuestro alrededor necesitados de apoyo, tanto material, como espiritual.
No obstante, la referencia a una persona: Lázaro, en este relato propio de Lucas, que pertenece al género literario de parábola, nos cuestiona, y llama a la conversión, y a una solidaridad, efectiva, concreta, y eficaz.
Esta parábola es una significativa iluminación de las Bienaventuranzas, y de los ¡ay!, de Lc 6,20-26.
Al rico se le reprocha su indiferencia, y la poca disposición para compartir sus bienes con los necesitados, aunque los tenga a su puerta. A esto se suma su indiferencia ante las llamada de atención del A.T., Moisés, y los profetas que insisten en la preocupación, y atención a los pobres, desprovistos de todo. Este rico ha hecho de sus riquezas, su propio dios.
Tentación que no es ajena a nuestra realidad actual, que está marcada por el egoísmo, la indiferencia, y el desprecio hacia quienes viven en situaciones de calle, de hambre, sin techo, etc.
El juicio es categórico, y definitivo: “Recuerda, hijo, que ya recibiste tus bienes, durante la vida, y Lázaro, en cambio, males. Ahora él está aquí consolado, mientras tú estás atormentado”.
La separación entre cielo, e infierno no es espacial, sino situacional, son modos de ser, y vivir en dimensiones distintas, e infranqueables. Son estados, modos de ser, que, por toda la eternidad, así permanecerán.
Como nos lo pide Jesús, tenemos que hacernos pobres, y solidarios, como Él lo hizo, para ser enriquecidos con el don de la salvación, y felicidad eterna. La decisión está en tus manos.
El nombre de Lázaro, viene de Eleazar, y significa: el asistido, o auxiliado por Dios.
1ª Lectura
En este domingo, la primera Lectura nuevamente está tomada del profeta Amós, que anuncia la destrucción definitiva del Reino del Norte, y la dispersión de sus habitantes en las diferentes ciudades del imperio Asirio, lo que llevará a la destrucción de su identidad, y de su fe, pues seguirán costumbres, leyes, y cultos de esos pueblos paganos.
La sentencia del profeta se acentúa para los sibaritas, aficionados al lujo, los placeres refinados y costosos, unido al rechazo de todo lo que no resulte placentero. Ellos irán a la cabeza de los cautivos, y así tendrán fin sus orgías, y liviandades.
Esto es lo que anuncia el profeta, denunciando lo vano de su confianza puesta en la riquezas, y desenfrenos. Esta falsa seguridad, se apoya también en la supuesta fortaleza de Samaria, a la que consideran invencible. En este contexto llegarán los días de amargura, violencia, y castigo: el destierro.
Cuando nos entregamos al placer, los lujos, y buena vida, se endurece nuestro corazón, no solo frente a las necesidades de los hermanos que están a nuestro alrededor, sino suponiendo que esta situación se mantendrá sin cambio, y así se pierde la conciencia de lo pasajero que es la vida.
¿Estamos dispuestos a ser realistas, y solidarios con los hermanos, o seguiremos ignorando los problemas de nuestra sociedad, y de nuestros hermanos que sufren las consecuencias de estas injusticias?
Salmo responsorial
Para responder a la Palabra que hemos escuchado, pero con su misma Palabra, en la Liturgia de este domingo la manifestamos con el Sal 145.
Este salmo, es el himno con el que se inicia la doxología: alabanza y glorificación al Señor, con la que concluye el Salterio, Sal 145-150. Este es el tercer “Hallel”, aleluya, que los israelitas usaban como oración matutina.
El Sal 145 es un himno de alabanza a Dios, como creador, y protector de los agobiados, que está estructurado en tres partes: a) Introducción hímnica, vv. 1-2; b) Limitación, e ineficacia de la confianza en el hombre, vv. 3-4; c) Alabanza final, vv. 5-10.
La alabanza inicial, se continúa con el contraste de tipo sapiencial: la confianza puesta solo en Dios, y no en los hombres, por grandes o poderosos que puedan ser. La confianza solo debe ponerse en Dios, creador y Señor de todo, que es, además, defensor, y liberador de pobres, y oprimidos de todo tipo: hambrientos, cautivos, humillados, extranjeros, viudas, huérfanos. De esta manera, Él manifiesta su “realeza eterna”, v.10.
Hoy usaremos los vv. 7 al 10, que nos hacen reconocer, y cantar la justicia, y la misericordia de Dios, sobre todo en favor de los más oprimidos, y necesitados.
Con esta respuesta a la Palabra, nos vemos involucrados en la tarea, y la misión de Dios, que, en Cristo nos hace participes de su compasión, para dar testimonio de su amor, con hechos, y acciones concretas en favor de nuestros hermanos que sufren, y padecen, para que a través de nosotros puedan experimentar el amor tierno, y delicado de Dios: su “misericordia”.
De esta manera concreta estaremos glorificando, y bendiciendo a Dios, en las realidades cotidianas de nuestra vida, manifestadas en la solidaridad, y disposición de servicio a los hermanos.
Segunda Lectura
Con la Segunda Lectura, que nos muestra caminos concretos para hacer vida la Palabra que hoy escuchamos, está tomada nuevamente de la carta del apóstol Pablo a Timoteo.
Encontramos aquí una exhortación fuerte, y radical a Timoteo, que vale también para nosotros, para que evite los apetitos desordenados, y las ambiciones, así como el amor al dinero, cfr. vv. 8-10, y a que se mantenga firme en la fe, y a la enseñanza que ha recibido, en la que podemos vislumbrar una referencia a su bautismo, y su ordenación episcopal.
Sigue una exhortación, mandato en la presencia de Dios, para que siguiendo el ejemplo de Jesús, que dio testimonio ante Pilato, observe lo mandado, sin mancha, ni culpa hasta la manifestación de Jesús, Rey, Soberano, y Señor de señores, quien posee la inmortalidad, y habita en la luz inaccesible, que ningún hombre, ha visto, ni puede ver.
Los vv. 15-16 parecen hacer referencia a un himno litúrgico, una doxología, que presenta a Dios con atributos ligados a la tradición judía, pero expresado con un lenguaje helenístico.
Estas directrices del apóstol, nos llevan a asumir el camino de Jesús, sin apegos, y ambiciones materialistas, sino entregados al servicio, y solidaridad con los hermanos necesitados. Esta será nuestra forma de alabar, y glorificar a Dios, ya desde este mundo, y después en la vida eterna.
Seamos “hombres de Dios”, como lo pide el apóstol a Timoteo.
Antífona de la comunión
La Palabra de Dios que es viva, y eficaz, se hace sacramento, en el Cuerpo, y la Sangre de Cristo, y se nos ofrece como alimento de vida eterna, – si la dejamos actuar en nosotros -, pues al hacerse Pan de vida, y Bebida de Salvación, nos nutre, y fortalece, haciéndonos un solo Cuerpo con Él: carne de su Carne, y sangre de su Sangre, y así, tengamos Vida en Él.
El seguimiento de Jesús, la fidelidad a su Palabra, y la vida que se nos ofrece, son un don gratuito, e inmerecido, que, si lo asumimos, y acogemos con docilidad, y obediencia, nos irán configurando en Cristo mismo.
Dejemos que actúe en nosotros, que nos nutra, fortalezca, y nos haga ser uno en Él mismo, y así poder corresponder a su llamado, como testigos suyos en el mundo, y en las situaciones que nos toque vivir.
¿Estamos dispuestos para dejarnos guiar, renovar, y fortalecer por Él?
La Antífona de la Comunión nos hace experimentar vitalmente, lo que hemos escuchado, celebrado, y vamos a comer en este domingo. Que esta comunión nos renueve, fortalezca, y sostenga para ser testigos fieles del Evangelio. Testimonio, que, con palabras, y hechos, manifiesten el Amor de Cristo, superando, y dominando nuestros egoísmos, resentimientos, odios… y dejando que el Amor de Cristo se manifieste en, y a través de nosotros.
Así lo asumimos en la Antífona de la Comunión: “Hemos conocido lo que es el amor de Dios, en que dio su vida por nosotros. Por eso también nosotros debemos dar la vida por los hermanos”.
Jesús, Dueño, Señor, y creador del universo, se ha hecho carne, se ha rebajado y humillado, cargando con nuestras culpas, para reconciliarnos con el Padre, y de esta manera, su abajamiento se convierte en nuestra riqueza, no material, ni de este mundo, sino en la riqueza de compartir su misma vida, plenitud, y felicidad en su Reino.
Como Él, también nosotros con su gracia, debemos darnos, y entregarnos al servicio de nuestros hermanos, nuestros prójimos, apoyando y compartiendo con ellos, lo poco, o mucho que el Señor pone en nuestras manos. No somos dueños, somos administradores para el servicio de nuestros hermanos, especialmente de los más necesitados.
Esta es nuestra verdadera riqueza.
Respuesta en la vida
Habiendo escuchado la Palabra, y participado en la Eucaristía, continuemos ahora nuestra respuesta a la Acción Salvadora de Jesús, en las realidades concretas de nuestra vida.
En este domingo el encuentro con Jesús nos cuestiona sobre nuestras actitudes, sentimientos, pero, sobre todo, las acciones que realizamos ante las necesidades materiales, y espirituales de las personas, – hijos de Dios -, que están a nuestro alrededor.
El llamado de Jesús nos apremia, y llama a salir de nuestro círculo de comodidad, y bienestar, para darnos cuenta de las realidades que viven quienes están a nuestro lado. Rompamos ese círculo egoísta.
+ ¿Nos solidarizamos, y apoyamos a quienes, a nuestro alrededor, padecen necesidad, sea material, o espiritualmente, o preferimos ignorarlos, y desentendernos de ellos?
+ ¿Te interesas, y ocupas en los problemas, y las necesidades de tus prójimos más próximos, los que están a tu alrededor, compartiendo su vida familiar, laboral, vecinal, o con algún grupo de atención a los necesitados?
+ ¿Cómo te percibes a ti mismo, a la luz de la Palabra que hemos escuchado, si “hoy” fueras llamado a la presencia del Señor?
+ ¿Tendrás algo que corregir, para no correr la suerte de los sibaritas, y disolutos, como lo sentencia el profeta Amós?
+ ¿Valoras el llamado de Jesús a la solidaridad, o sólo piensas en ti mismo, y tus intereses?
+ Si Cristo dio su vida por ti, ¿cómo vas a corresponderle?
Oración Colecta:
Señor Dios, que manifiestas tu poder de una manera admirable, sobre todo cuando perdonas, y ejerces tu misericordia, infunde constantemente tu gracia en nosotros, para que, tendiendo hacia lo que nos prometes, consigamos los bienes celestiales.
Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo quien vive, y reina contigo, en la unidad del Espíritu Santo, y es Dios por los siglos de los siglos. Amén.
A. M. D. G. Mq.