América Latina son los contextos más peligrosos para las labores pastorales
Están dispuestos a dar su vida para anunciar el Evangelio. Sacerdotes, religiosos, monjas, catequistas en Nigeria, como en tantas otras partes del mundo, son muy conscientes de que las condiciones de seguridad son precarias y que su actividad, por el mero hecho de viajar por algunas zonas, les expone a riesgos.
“Pero no pueden renunciar a su misión, a las visitas pastorales, a dar los sacramentos o la palabra de Dios, a llevar solidaridad y consuelo a los más pobres”, explica a “L’Osservatore Romano” el Padre Solomon Patrick Zaku, Director Nacional de las Obras Misionales Pontificias en Nigeria, la gran nación Africana marcada en los últimos meses por tres asesinatos de sacerdotes, dos de ellos en los últimos días, los días 25 y 26 de junio.
Otras decenas de religiosos son víctimas del secuestro y la violencia, sobre todo porque los grupos criminales, en el Estado africano pero también en otras zonas de América Latina, así como en Asia, ven en el secuestro con fines de extorsión una forma de financiarse y apuntan al personal eclesiástico porque “creen que, aunque la Iglesia no tenga recursos suficientes, la gente estará dispuesta a recaudar dinero para salvar a su párroco”, señala el Padre Zaku.
Cuanto más cerca están del pueblo de Dios, más se les quiere, más peligro corren, por tanto. Sucede en África, que en los últimos años se ha caracterizado por ser una tierra salpicada de sangre de misioneros y agentes de pastoral, especialmente en varias naciones como Nigeria, República Democrática del Congo, República Centroafricana, Sudán del Sur, donde hay inestabilidad política o las heridas causadas por el terrorismo y la presencia generalizada de bandas criminales.
En 2022, cuatro sacerdotes fueron asesinados (dos en Nigeria, uno en Tanzania y otro en la República Democrática del Congo), según el dossier que elabora cada año la agencia ‘Fides’ de las Obras Misionales Pontificias.
El año pasado, 11 misioneros (siete sacerdotes, dos monjas y dos laicos) perdieron la vida de forma violenta, mientras que en 2020 fueron siete (un sacerdote, tres monjas, un seminarista y dos laicos).
Las comunidades católicas, al ver la violencia que afecta a los sacerdotes dedicados a la labor pastoral, hacen oír su voz, tanto ante las autoridades gubernamentales como tratando de preservar, por todos los medios posibles, a los sacerdotes que a menudo se desplazan a los pueblos más remotos.
En particular, al igual que en Nigeria, la plaga de los secuestros con fines de rescate crea sufrimiento en las demás comunidades cristianas y “es un fenómeno casi cotidiano”, lamenta el Padre Zaku.
La situación de inseguridad en el país africano no dista mucho de otros contextos en los que realizar el servicio pastoral y vivir el Evangelio supone poner en riesgo la vida, como atestigua el caso de la hermana Luisa Dell’Orto, hermanita del Evangelio de Charles de Foucauld, asesinada el 25 de junio en Puerto Príncipe, la capital de Haití.
En el continente americano, Honduras y Bolivia registraron el asesinato de un sacerdote en 2022, mientras que dos ancianos jesuitas murieron recientemente en México, en Cerocahui, asesinados al intentar defender a un hombre asustado, que se había refugiado en la iglesia, perseguido por una persona armada.
El hecho de que los dos religiosos -y como ellos muchos otros misioneros y religiosos de todo el mundo- se dirigieran hacia el agresor armados sólo con paciencia, diálogo y benevolencia da la figura de un gesto que, en su plena esencia evangélica, es un grito para decir que “toda vida humana es sagrada”.
Lo afirman, con su vida, todos los misioneros que ejercen su ministerio en zonas especialmente peligrosas, donde cada día se priva arbitrariamente de la vida a hombres y mujeres.
Las cifras lo indican claramente: América registrará el asesinato de 4 sacerdotes, 1 religioso, 2 laicos en 2021 y ocho agentes de pastoral (5 sacerdotes y 3 laicos) en 2020.
Sigue siendo emblemático, cambiando el escenario continental, el caso del padre Joseph Tran Ngoc Thanh, un sacerdote dominicano asesinado en Vietnam por un hombre mientras se confesaba en la iglesia de Dak Mot, en la ciudad de Kontum.
Su experiencia es un recordatorio de que, incluso en las naciones asiáticas, la violencia de carácter político, social o religioso llega a afectar -especialmente en países como India, Pakistán, Bangladesh y el sur de Filipinas- a quienes dedican su vida a proclamar el Evangelio.
Como señala el dossier de ‘Fides’, en el año 2021 fueron asesinados 22 misioneros en el mundo (13 sacerdotes, 1 religioso, 2 religiosas, 6 laicos), mientras que en los veinte años del nuevo milenio, entre el año 2000 y el 2021, fueron 558 en total.
No se dedicaban a obras llamativas, sino que simplemente daban testimonio de su fe en contextos de violencia, desigualdad social, explotación, degradación moral y medioambiental, donde el abuso del más fuerte sobre el más débil es la norma de comportamiento, sin respeto por la vida humana ni por las leyes civiles.
La razón es sencilla, recordó el Papa Francisco: no podían dejar de dar testimonio del amor de Cristo.