martes, abril 16, 2024
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Por: P. Rodolfo Orosco Gil

Roma Italia.

Algunas personas en la actualidad, bajo la premisa de que todas las religiones son lo mismo o de que todos creemos en lo mismo, en algunas ocasiones provocan que el ímpetu humano de la investigación se detenga y deje de cuestionarse de manera objetiva sobre aquellas realidades que rebasan el entendimiento, pero que están presentes en la historia y en la vida del ser humano tanto en lo personal, como en lo comunitario.

Por eso es importante aclarar y distinguir cuales son las características de cada religión para conocer la doctrina que profesan. De esta manera el hombre conoce y da razón de su fe. Hemos aprendido muy bien por la historia, y la cultura general que tres son las religiones monoteístas más importantes, el Judaísmo, Cristianismo e Islam. Pero el cristianismo llama la atención por su inquietante doctrina teológica en la que se revela el misterio de un Dios en tres personas distintas. Dicho dogma ha sido llamado: La Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo.

En este domingo con el que empezamos el tiempo ordinario, comenzamos un itinerario litúrgico, en el que se nos presenta como punto de partida la solemnidad de un dogma sumamente importante que se convierte en el fundamento de nuestra fe. Según el planteamiento de casi todos los teólogos de todos los siglos, la doctrina del Dios uno y trino constituye el factor distintivo y decisorio de lo cristiano[1].

La doctrina de sobre la Trinidad, expresa de parte de Dios la autorevelación y autocomunicación hacia los hombres, de tal manera que puedan entender que Dios se manifiesta y se comunica en el Hijo a favor de ellos y en relación con el Padre y el Espíritu Santo. Es importante puntualizar que para entender mejor el desarrollo de la doctrina de la Trinidad es necesario tener conocimiento sobre los tratados historico-salvíficos que la teología nos ofrece, ya que de esta manera automáticamente se va presentando el actuar de cada una de las divinas personas en la revelación.

La Trinidad en el Antiguo testamento tradicionalmente se ha visto interpretada en algunos pasajes en los que Dios habla en plural, como por ejemplo en Gn 1, 26 y dijo Dios: «Hagamos al ser humano a nuestra imagen, como semejanza nuestra» 3,22 y Dijo Yahveh Dios  «¡He aquí que el hombre ha venido a ser como uno de nosotros…!» 3,7 Ea pues, bajemos, y una vez allí confundamos su lenguaje. Is 6, 8 y percibí la voz del Señor que decía  «A quién enviaré? ¿y quién irá de parte nuestra?» o también se tienen pasajes en los que se aparece en forma de tres varones Gn 18, 2 Levantó los ojos y he aquí que había tres individuos parados a su vera. Estos textos de cierta manera, comienzan a dar una idea de la interpretación Trinitaria que hace toda la teología.

También es importante tomar en cuenta que Dios se hace presente con su palabra, sabiduría y espíritu, con los cuales  se da a conocer; nos habita con su Espíritu y con su Palabra llega hasta lo más profundo del corazón.

El desarrollo del dogma trinitario no fue algo que se asimiló a primera vista, hicieron falta varios siglos de reflexión y concilios, para que a través de ellos, los teólogos llamados Padres de la Iglesia, hicieran su grandes aportaciones a la reflexión teológica, al mismo tiempo que defendían la fe contra las herejías a través de importantes tratados, que aún se conservan en la actualidad y que se han convertido en un tesoro invaluable de la Iglesia.

San Atanasio por ejemplo fue el gran defensor de la divinidad del Hijo, argumentaba que si Cristo no fuera Dios, no podría divinizarnos, este hecho para él, era como una renovación  de la imagen de Dios según la cual habría sido creada por el Verbo, imagen perfecta de Dios. Para San Atanasio, el hombre no podía quedar divinizado mediante algo creado. Si el Verbo hubiera sido una simple creatura, la reparación de la humanidad no habría sido posible.

San Hilario por su parte cuando se encontraba desterrado en Frigia conoció de cerca la problemática suscitada en el concilio de Nicea y fue cuando compuso su obra De Trinitate. Para él las personas divinas son distintas, pero están unidas en virtud de la misma y única naturaleza.[2]

San Agustín por su parte con su tratado De Trinitate escrito entre el siglo IV y V, trata de llegar a la comprensión del dogma en la medida en que sea posible. El obispo mantiene la distinción personal, sin desvirtuar la unidad esencial. El Hijo proviene del Padre por generación. Y para explicar la generación del Hijo y la procedencia del Espíritu, recurre a la analogía psicológica de la persona humana. «Pues de tal modo ha sido creada la mente humana, que siempre se recuerda a sí misma, siempre se entiende y siempre se ama»[3]. La mente humana, por inteligencia, llega al conocimiento de sí. La noticia que tiene de sí es una procedencia de sí misma. Ésta sería la generación del verbo. El Padre y el Hijo, por la voluntad, llegan al amor mutuo que es el Espíritu. El Espíritu Santo es comunión del Padre y del Hijo.

Se dice desde entonces que a san Agustín se le debe el haber encontrado  una síntesis de todos los elementos que la componen y el haber consolidado términos y conceptos que perdurarán siempre; entre ellos, la insistencia en la igualdad y unidad de las personas y su esfuerzo por explicar la diferenciación personal[4].

La Iglesia es icono de la Trinidad, porque es una imagen que participa en la vida trinitaria que de ella vive. Es la presencia viviente de la Trinidad en el tiempo por la misión del Hijo y del Espíritu. Por ello la unidad de las personas divinas es para la Iglesia el origen, modelo y el fin de su existencia. La iglesia vive de la Trinidad y en la Trinidad, y no la podemos entender simplemente como el mero resultado de una decisión divina que pertenece al pasado.

El evangelio de este domingo, nos sitúa en los últimos capítulos de san Mateo, en el que escuchamos las indicaciones que Jesús les da a los apóstoles, al enviarlos al monte señalado. Éste  como bien sabemos es el lugar del encuentro donde en el AT Moisés se reunía con Dios y donde había recibido la Ley. Si en Mateo Jesús es el nuevo Moisés, por lo tanto hay que entender en este momento que Jesús está dando las indicaciones pertinentes al nuevo pueblo representado en los discípulos.

Después de esto, Jesús les habla de la grandeza de su poder, el cual no está limitado ni por lo que vemos aquí en la tierra, ni por lo invisible, que correspondería a las cosas del cielo. Jesús es dueño y señor de todo. San Jerónimo dice al respecto:

El poder que le ha sido dado, al que poco antes fue crucificado, fue sepultado en una tumba, yacía muerto y luego resucitó. Le ha sido dado poder en el cielo y en la tierra para que aquel que antes reinaba en el cielo, por la fe de los creyentes reine sobre la tierra. Id pues y enseñen a todas las naciones, bautizándolas en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Primero enseñen a todas las naciones y después de haberlas instruido las bautizan con agua. En efecto es imposible que el cuerpo reciba el efecto del bautismo si antes el alma no ha recibido la verdad de la fe[5]

Al tener semejante poderío tiene la potestad para enviar a los discípulos en su nombre a continuar con la misión para la cual los estuvo preparando. La indicación concreta para poderla realizar será el anuncio trinitario. El bautismo por el cual nos distinguimos como hijos Dios, representa el tiempo concreto en el que el creyente entra en comunión con él, por eso al momento de recibirlo,  es necesario mencionar a las Tres Divinas Personas.

La última indicación será que los discípulos no olviden que Cristo siempre estará con ellos, hasta que todo sea consumado. ¿Cuándo será? no lo sabemos. Lo cierto es la confianza en la promesa de que siempre se contará con su presencia. San Juan Crisóstomo decía:

Vean por favor la diferencia, los profetas enviados a un solo pueblo, muchas veces rehuían su misión, los apóstoles en cambio, enviados al orbe de la tierra, nada le oponen al Señor. Además les recuerda el final del mundo para a traerlos más y que no miren sólo las molestias presentes, sino también los bienes por venir, que no tienen término[6].

Es así como al profesar la fe en un Dios muy trascendente, nos debe de hacer voltear la mirada al hecho de vernos de verdad como hermanos que saben vivir. Ahora nos toca seguir manifestando esa fe en Dios Uno y Trino que la Iglesia católica profesa.

[1] Cf. Schneider, T. Manual de Teología Dogmática. Edit. Herder. Barcelona P. 1121.

[2] Cf. Sayés J. A. La Trinidad, Misterio de salvación. Madrid 2000. P. 157.

[3] De Trin. 14, 14, 18.

[4] Ibid., P.168.

[5] Cf. Jerónimo, Commentario al Ev. De Mateo, 4, 28.

[6] Cf. Juan Crisóstomo. Homilías sobre el Ev. de Mateo, 90, 2.

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