jueves, abril 25, 2024
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Por: P. Rodolfo Orosco Gil

Roma, Italia.

Es verdaderamente emocionante y admirable, como cada ocho días, Jesús no deja de sorprendernos con sus acciones mesiánicas en favor del necesitado. Y de acuerdo a los dos milagros de hoy, este domingo no es la excepción. Así mismo, se nos sigue insistiendo en lo importante que es la fe al momento de encontrarnos con Jesús, porque eso hace la diferencia en nuestra relación con él.

Recapitulando un poco, lo que hemos escuchado en capítulos o versículos anteriores al evangelio de hoy, podemos señalar perfectamente los diferentes momentos en los que el Señor ha manifestado su poder. El domingo pasado escuchábamos con asombro las órdenes que le daba a la naturaleza, a tal punto que el mar y el viento terminan obedeciéndolo. Y versículos anteriores al texto de hoy, san Marcos relata el dominio de Jesús sobre los demonios, al momento de exorcizar. Dándole continuidad a este dinamismo del Salvador hoy se nos presentará su potestad sobre las enfermedades y la muerte. Todo esto es una clara evidencia de la divinidad de Jesús, ya que su modo de obrar es el mismo que se ve en pasajes del Antiguo Testamento, donde Dios se manifiesta con toda su gloria y esplendor, propios de un Dios omnipotente.

Por lo tanto, es importante no olvidar, que Jesús es verdadero Dios, y que un auténtico cristiano no pone en tela de juicio la veracidad de su humanidad y divinidad. Al grado de que si negamos su divinidad, correríamos el peligro de revivir viejas herejías y caer en la opinión de algunas personas de nuestro tiempo, que simplemente lo equiparan a otros personajes célebres de la historia y las religiones. Por esa razón la Iglesia sostiene con firmeza su adhesión a la fe de que Jesús es verdadero hombre y verdadero Dios, tal y como lo decimos en el credo cada ocho días.

Jesús atravesó de nuevo en barca a la otra orilla, se le reunió mucha gente a su alrededor y se quedó junto al mar.

La actividad misionera de Jesús no cesa, y cada vez hay mayor curiosidad por parte de la gente por conocer quién es ese misterioso profeta de Dios que ha surgido para el pueblo. Todas esas multitudes que se le acercan seguramente son fruto de los testimonios que han escuchado de parte de aquellos que lo han oído, han visto o han sido beneficiados con algún milagro.

Se acercó un jefe de la sinagoga, que se llamaba Jairo y al verlo, se echó a sus pies, rogándole con insistencia: «Mi niña está en las últimas; ven, impón las manos sobre ella, para que se cure y viva»

En este pasaje, como en los anteriores, Jesús seguirá insistiendo que lo más importante para ser testigos del actuar de Dios es la fe. Ya que gracias a ella, el hombre puede alcanzar los bienes que necesita de Dios. Este pasaje comienza con la terrible situación que está pasando el jefe de la sinagoga al tener a su hija muy enferma. Seguramente la desesperación que viven, provocada por la enfermedad, y ante la cual, han quedado indefensos, es lo que le movió a pedirle ayuda a Jesús. Hasta este punto es lógico entender que Jairo tiene fe, lo que aún nos queda por conocer, es como y hasta qué punto llega ésta.

Para Jairo es importante que Jesús vaya hasta donde su hija se encuentra, para que le imponga las manos, es decir: la toque. Probablemente no pasaba por su cabeza que la sola voz de Jesús era suficiente para darle la salud, porque se ha olvidado que ésta tiene tanta autoridad que hasta el viento y el mar la obedecen. Luego entonces ¿Por qué la enfermedad no haría lo mismo? Pero Jairo turbado por el dolor, quiere ver que Jesús la toque, no se conforma con que solamente lo diga.

Se fue con él y lo seguía mucha gente que lo apretujaba. Había una mujer que padecía flujo de sangre desde hacía doce años. Había sufrido mucho a manos de los médicos y se había gastado en eso toda su fortuna; pero en vez de mejorar, se había puesto peor.

Seguramente hasta este punto Jairo se sentía más tranquilo, porque Jesús ya iba de camino a su casa, pero, ¡oh sorpresa!, aparece de pronto una mujer que también está sufriendo y que aunque no tiene la intención de hablar o entretener a Jesús, será él, quien se detendrá a dialogar con ella.  De esta señora, no tenemos suficientes datos que nos permitan conocerla mejor, tales como el nombre, lugar de origen o su linaje familiar. Para el evangelista basta con mencionar que ha sufrido mucho a causa de una enfermedad, que aunque no la ha llevado a la muerte, si la ha estado atormentando por doce años. A causa de tal malestar, ha gastado toda su fortuna sin ninguna mejoría, y por lo contrario ha empeorado. Esta historia no es nada distante de lo que han vivido o pueden estar sufriendo muchas personas en este momento, donde el tormento no sólo es alguna enfermedad, sino también los problemas familiares, la mala relación entre esposos, con los hijos, la falta de trabajo o de un buen ambiente laboral, los pleitos entre vecinos, el bullying en las escuelas, etc. etc.

A la situación de esta mujer hay que sumarle además, que de acuerdo al libro del Levítico, su enfermedad la ha vuelto impura, porque en él se decía lo siguiente: “La mujer que tiene el flujo de sangre en su cuerpo, permanecerá en su impureza por espacio de siete días, y quién la toque será impuro hasta la tarde” (Cf. Lv 15, 19-30) Esto nos da una idea, de que además de la enfermedad, la mujer desde 12 años atrás ha sido estigmatizada por su comunidad. Razón por la cual seguramente ha sido discriminada, ignorada, humillada y despreciada por ser impura.

Oyó hablar de Jesús y acercándose por detrás, entre la gente, le tocó el manto pensando: «Con sólo tocarle el manto me curaré» Inmediatamente se secó la fuente de su hemorragia y notó que su cuerpo estaba curado.

En medio de tanta oscuridad brillo para ella un rayo de luz cuando escuchó hablar de Jesús y de todo lo que podía hacer. No quiso perder la oportunidad de encontrar la salud que tanto había anhelado. Por eso sigilosamente se acercó por detrás del Señor, perdiéndose entre la multitud y en el anonimato, seguido a esto, lo tocó con la firme esperanza de que eso le devolvería la salud y efectivamente así sucedió. ¿Podríamos imaginar la cara de felicidad de esta mujer al sentirse curada? De verdad que esto nos demuestra que tenía mucha fe, y que se había manifestado muy por encima de la de los apóstoles y de Jairo que ya habían visto muchos milagros; en cambio para ella, fue suficiente el granito de mostaza, lo que comprueba que lo enseñado por Jesús, es verdad. San Efrén el Sirio decía:

Gloria a ti, Hijo de una sustancia oculta, ya que a través de los lamentos ocultos y los tormentos de una mujer afligida que perdía sangre, tu oculto milagro era proclamado y través de una mujer visible, los hombres podían descubrir tu invisible divinidad. En la facultad de curar aparecía la divinidad del Hijo y con la curación de la mujer afligida se manifestaba su fe. La mujer proclamó al Señor y también fue proclamada ella misma con él; junto a la verdad también fueron proclamados los heraldos de ella. Como la mujer en efecto, se convirtió en testimonio de la divinidad de Jesús, así él también daba testimonio de la fe de ella… Primero el Señor descubre la fe oculta de ella para después ofrecerle una curación abiertamente.[1]

Jesús, notando que había salido una fuerza de él, se volvió enseguida, en medio de la gente y preguntaba: « ¿Quién me ha tocado el manto?» los discípulos le contestaban:«Ves cómo te apretuja la gente y preguntas: ¿Quién me ha tocado?»

No es difícil imaginar, que probablemente está mujer se encontraba entre los pies de todos los que rodeaban  a Jesús, y que desde allí, logró alcanzar el manto. Podríamos decir que se hizo pequeña, imitando la estatura de un niño,  a tal punto que cuanto Jesús la buscaba entre la gente, no lograba distinguir quien lo había tocado. Es inevitable cuestionarnos del porqué Jesús reacciona de esa manera, ¿acaso no sabía de verdad quién lo había tocado? Pero precisamente, esto es lo que más llama la atención, porque revela la intención del Señor, de entrar en contacto con aquellos que le tienen fe, porque él se interesa por nosotros, no quiere que vivamos en el anonimato, y desea que perdamos el miedo y hablemos con él, para que seamos llamados hijos, como aquella mujer. San Jerónimo decía:

La pregunta la hace mirando a su alrededor para ver el rostro de quien lo había tocado ¿el Señor no sabía quién lo había tocado?, ¿Por qué pregunta? El comportamiento es de alguien que lo sabe, pero que quiere poner en evidencia un acontecimiento, si Jesús no hubiese hecho la pregunta ¿Quién me ha tocado? Nadie se habría dado cuenta del milagro ocurrido y en cambio habrían dicho: No ha hecho ningún prodigio, pero se está dando aires de grandeza y habla por pura vanagloria. Por eso hace la pregunta, a fin que aquella mujer confesara lo ocurrido y Dios fuera glorificado[2]

Él seguía mirando alrededor, para ver a la que había hecho esto. La mujer se acercó asustada y temblorosa, al comprender lo que había ocurrido, se le echó a los pies y le confesó toda la verdad. Él dice: «Hija, tu fe te ha salvado. Vete en paz y queda curada de tu enfermedad»

Para Jesús no era suficiente que sólo fuese curada del cuerpo, porque también era necesario sanarle el alma, y ésta sólo puede ser curada con la paz de Dios. La fe de esta mujer que tenía ciertas características de superstición, fue superada cuando Jesús la llamó hija y le dio la paz. San Jerónimo nos vuelve a comentar: Observen los pasos y vean cómo se desarrolla la historia. Como la mujer perdía sangre no podía verlo de frente, sólo lo puede hacer una vez que ha quedado curada. Es en ese momento cuando se lanza a sus pies. No tenía aún el valor de verlo a la cara, pero apenas curada se conforma con abrazarle los pies y le dice toda la verdad. Es Cristo la verdad y porque la verdad la había curado, por eso ella ha dado testimonio de la verdad.[3]

El ejemplo de esta mujer, es muy parecido a las experiencias que se viven en todos los santuarios alrededor del mundo, donde muchos creyentes e incluso quienes no lo eran, experimentaron la bondad de Dios. Los cristianos somos muy solícitos en peregrinar a lugares sagrados dónde se nos ha dicho que la imagen que allí se venera es muy milagrosa. Lo asombroso de esto, es que muchos comprueban que de verdad Dios les concede lo que le piden. Si ya curó a través de su manto, ¿acaso no podría hacerlo a través de una imagen que lo representa? Por lo tanto, no hay que olvidar, que un milagro nos debe de llevar al diálogo con Cristo, para que de verdad podamos regresar en paz a nuestra casa, porque sólo así lograremos vivir bien con la familia, tendremos la devoción suficiente para participar de la misa dominical, nos acercaremos a la confesión, disfrutaremos mejor la oración, y no habrá dudas para ejercer la caridad. Sólo así evitaríamos ver los santuarios como lugares mágicos y entenderíamos que un milagro debe llevarnos al encuentro más profundo con Jesús, porque cuando nos acerquemos en el anonimato, él siempre preguntará, ¿Quién me ha tocado?

Todavía estaba hablando, cuando llegaron de casa del jefe de la sinagoga para decirle: «Tu hija se ha muerto. ¿Para qué molestar más al maestro?»

El milagro de la mujer, que tocó a Jesús, Hizo que se demorara el Señor  para atender la petición de Jairo. El que pidió primero, terminó siendo el último. La terrible noticia de la muerte de la hija no se hizo esperar y con ella la expresión de desaliento que recomendaba no molestar más al maestro, dando entender que su poder no podía sobrepasar los lazos de la muerte. Para los presentes era claro que la muerte había triunfado, aquella que dice la primera lectura, que entró por envidia del diablo.

Jesús alcanzó a oír que hablaban y le dijo al jefe de la sinagoga: «No temas; basta que tengas fe»

Estas palabras de Jesús son clave en la experiencia de Jairo, le recuerda que no hay nada que temer cuando se tiene fe. Y ya tiene como referencia la experiencia del milagro anterior.

No permitió que lo acompañara nadie, más que Pedro, Santiago y Juan, el hermano de Santiago.

Sin embargo hubo cierta incredulidad por parte de los demás, por eso, para no alimentar el morbo de la gente, se quedó solamente con la compañía de algunos.

Llegan a casa del jefe de la sinagoga y encuentran el alboroto de los que lloraban y se lamentaban a gritos y después de entrar les dijo: « ¿Qué estrépito y llanto es este? La niña no está muerta; está dormida». Se reían de él.

Nuevamente se vuelve a encontrar Jesús con la falta de fe de los presentes. Su llegada debía de ser un motivo de alegría y esperanza, pero no la vieron así, el llanto no les permitía ver más allá del dolor, y cuando Jesús les dió esperanza, para ellos esas palabras, sólo fueron motivo de risa. No lograban concebir que Jesús tuviera potestad sobre la vida y la muerte, pero las palabras de Jesús cuando dice que la niña está dormida, declaran abiertamente su superioridad, porque la muerte vista desde Dios sólo es como un sueño que anticipa el paso a la vida eterna.

Pero él los echó fuera a todos y con el padre y la madre de la niña y sus acompañantes, entró donde estaba la niña, la cogió de la mano y le dijo: «Talitá Kum» que significa: «Contigo hablo niña, levántate».

Llama la atención que Jesús utilice palabras en arameo para realizar el milagro. Según el comentario de los expertos, esto puede aludir, a que los milagros son un misterio. Aunque inmediatamente se nos ofrece la traducción.

La niña se levantó inmediatamente y echó a andar; tenía doce años. Y quedaron fuera de sí llenos de estupor. Les insistió en que nadie se enterase; y les dijo que le dieran de comer a la niña.

Después de haber presenciado el milagro, la actitud de los presentes sólo puede ser descrita en términos de admiración. Y la indicación de que le dieran de comer a la niña, es una manera de constatar de que en verdad estaba viva.

Las dos mujeres que hoy han recibido la ayuda del Señor comparten el número doce como elemento común, mientras que para una es el tiempo que lleva sufriendo, para otra es la edad en la que muere. Lo interesante es que en ambos caso Jesús da solución al dolor y al mal que las aqueja. La fe de la primera mujer nos demuestra que si te acercas a Jesús, él también se acercará a ti, y en la curación de la niña se manifestará el poder absoluto de Cristo, quien puede arrebatar las almas de las garras de la muerte. En ambos caso la explicación es la fe.

Tener fe en medio de una sociedad que quiere darle la espalda a Dios, no es nada fácil, pero tampoco imposible, porque el cristianismo nació en un ambiente hostil y pagano en el que los primeros tres siglos fueron caracterizados por sangrientas persecuciones que querían ponerle fin, pero la fe de los que se adherían a la Iglesia, no se doblegaba.

Que este domingo sigamos creciendo en ella, para que podamos encontrar la paz que sólo Dios puede dar y que nadie ni nada nos puede arrebatar.

[1] Cf Efrem il Sirio, Commento al Diatessaron di Taziano 7, 1-2.

[2] Cf. Girolamo, Omelie sul Vangelo di Marco 3.

[3] Ibídem.

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